ABC-CARLOS HERRERA
En Cataluña florecen los fascistas por los parterres de las ciudades
SUPONGO que Cayetana daría por descontado la agresión de ayer en la Autónoma de Barcelona. Quiero decir, que sabía que antes o después esos «pijos y niñatos» le montarían un número del estilo que le han organizado al pretender encabezar un acto en el territorio sagrado del independentismo extremista catalán. Ser del PP, o constitucionalista sin más, en Cataluña y pretender mantener una agenda pública con normalidad es un sueño vano: cada día que pasa Cataluña es un espejo deformado en el que la realidad toma forma monstruosa, en el que nada se parece a lo que alguna vez quiso ser –y no digo que siempre lo fuera–, y en el que un bandolerismo intelectual particularmente violento toma reiteradamente el mando de la cotidianeidad. La Universidad contemplada en su dibujo general, en su totalidad en España, es un buen reflejo de la intolerancia ideológica de esa suerte de totalitarismo extremista que la izquierda radical personaliza hasta la nausea. Pretender dar una conferencia cualquiera en buena parte de las universidades públicas de España es poco menos que una tarea heroica si se tiene en cuenta el bloque violento de censores extremistas que se constituyen en comisarios políticos: ellos deciden quién es «fascista» o no y, por lo tanto, quien puede o no puede asistir con normalidad a un simple intercambio de ideas en territorio universitario, todo ello ante la actitud medrosa de los rectores y la complicidad cobarde de la mayoría. Ello se hace especialmente indignante en Cataluña, donde al matonismo del ámbito ideológico que personifica Podemos y alguna que otra excrecencia, hay que añadir el iracundo componente independentista que protagonizan las juventudes hitlerianas de la CUP. Digo hitlerianas como calificativo peyorativo, pero bien debería decir, y lo hago, estalinistas.
Hoy en día en Cataluña florecen los fascistas por los parterres de las ciudades. Nunca se vieron tantos. Si los que aseguran que son fascistas todos aquellos que no coinciden con la radicalidad maloliente del independentismo catalán echan, sin anteojeras, un vistazo a su alrededor, deberán llevarse un serio disgusto ante una realidad aplastante: en Cataluña abunda un fascismo desperdigado contra el que no hay, de momento, nada que hacer. Son millones los fascistas. Cuando menos lo son los que votan a PP, Ciudadanos y ya veremos a Vox. Si me apuran, hasta algunos de los votantes del PSC también. Es fascista Arrimadas por ir a dar un mitin a Vich. Es fascista Cayetana por ir a dar una charla a Bellaterra. Pero cuando Torra desobedece a la JEC o cuando los independentistas van de picnic a Madrid es simplemente libertad de expresión. Los que ayer acosaron, escupieron, empujaron e insultaron a la número uno de la lista de los Populares por Barcelona estaban, por lo que se ve, ejerciendo su libertad de expresión y preservando espacios públicos de Cataluña del fascismo que tanto prolifera por esos andurriales. Son el producto de años de educación en el odio y la intransigencia. Y son, además, el producto de la acomplejada y pacata incapacidad para la reacción del establishment catalán: escucharán o leerán muy pocas condenas a hechos como el descrito hoy por todos los medios, escucharán o leerán muy pocas reacciones categóricas –en forma de comentario editorial, por ejemplo, de los medios de comunicación catalanes– a lo que resulta un paisaje bastante habitual en el relato cotidiano de esa tierra condenada a sí misma, condenada a verse de buena mañana en el reflejo deformado, cóncavo o convexo, que le devuelve el cristal de cada día.
Cayetana, con todo, es difícilmente acoquinable. Es una mujer con reaños a la que pocos van a conseguir amedrentar. Puede que le hayan dado una visibilidad interesante, aunque maldito sea el método. Y ahora que pienso: es una mujer. ¿Tienen algo que decir las que siempre se callan cuando la agredida no es de