Santiago González-El Mundo

 

Todo se ha acabado. El PNV llamó al PP mientras hablaba el Grupo Mixto para anunciarle que votarían favorablemente a la moción. Hoy, al filo del mediodía, Pedro Sánchez será investido presidente del Gobierno con todos los adversarios de la España que conocíamos.

La Constitución cumple 40 años y ha llegado al final de su vida útil; el pacto democrático en que se basó ha saltado por los aires. El resultado práctico habría sido el mismo si la moción hubiera sido rechazada. El PSOE avaló la descabellada propuesta de Sánchez aupado por los populistas de Podemos, los dos herederos de Batasuna y golpistas catalanes. Para sumar los votos del PNV ha virado 180º y ha defendido los mismos Presupuestos que su grupo enmendó a la totalidad y rechazó la semana pasada.

La moción tendría que haberla defendido el juez José Ricardo de Prada, artífice del gran argumento que defendieron el maestro de ceremonias del PSOE, José Luis Ábalos y el candidato Pedro Sánchez, que repitieron los arrebatos líricos que espolvorearon por la sentencia De Prada y De Diego. Y Rivera. Los dos jueces de la mayoría Gürtel no podían sacar tajada condenatoria de sus consideraciones sobre la responsabilidad del PP en la organización de una trama de corrupción.

De eso se encargaron Sánchez y sus socios. Los jueces no condenaron penalmente al PP y sólo le obligaron a devolver el dinero que dos alcaldes usaron en sus campañas electorales, lo que no afectaba al partido en su conjunto. Por eso lo declaró partícipe a título lucrativo, nada más, lo califica también a los jueces que cobraron por impartir conferencias en Ausbanc. También ellos son partícipes de un dinero de origen ilícito. No era delito porque no tenían manera de saberlo.

Fue curioso comprobar que los oradores del PSOE y sus aliados se apuntaron con entusiasmo a las fantasías judiciales de los magistrados, unos párrafos sobrantes por su irrelevancia o por formar parte de piezas separadas que no tocaba contemplar en ese juicio. Por otra parte se repitieron con fruición en la sesión y en días previos dos argumentos sorprendentes.

La mañana fue una exhibición de Rajoy frente a un Ábalos que estuvo bajo mínimos y frente a un Sánchez, que desconocía su papel como candidato: explicar su programa. Sólo expuso un punto, que todo lo dicho contra los Presupuestos «se lo comía con patatas», en expresión de Rajoy, pero la sesión no iba de eso y todos los beneficiarios se hicieron convenientemente los locos.

Nos esperan tiempos duros y no parece que la clase política esté a la altura de lo que viene. Ya lo decía Voltaire: «La estupidez es una enfermedad extraordinaria; no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás».