Isabel San Sebastián-ABC
- Sánchez espera hoy el «no» de Casado para volver al reparto amistoso de sillas en el CGPJ
Si la mentira sistemática priva de legitimación a quien la convierte en santo y seña de su actividad política, Pedro Sánchez es sin lugar a dudas un presidente ilegítimo, a quien Vox intenta desalojar de La Moncloa cargada de razón y argumentos. Lo desgranó ayer Ignacio Garriga en un discurso bien armado, respaldado por un exhaustivo trabajo de hemeroteca y expuesto en tono mesurado, cuyo contenido fundamentaba sobradamente la moción de censura presentada contra el Gobierno. Sucede, no obstante, que nuestra Constitución impone a dicha herramienta una finalidad constructiva que obliga a quien la utiliza a ofrecer una alternativa. Y ahí es donde la iniciativa del partido verde naufragó con estrépito, brindando al censurado un boomerang de grueso calibre que golpeó el rostro de su oponente hasta dejarlo maltrecho.
Consciente de sus carencias, Santiago Abascal había intentado durante el verano encontrar algún candidato dispuesto a ocupar su lugar como sustituto de Sánchez. Ofreció el puesto al menos a dos personas que esta columnista haya podido acreditar, sin obtener otra cosa que sendas negativas. También trató de tentar a Casado para que fuese él quien encabezara el lance, en vano. El líder popular declinó la propuesta, aunque personalmente opino que habría hecho bien aceptándola. Primero, porque existen motivos sobrados para censurar a este Ejecutivo incapaz de abordar con eficacia uno solo de los graves problemas que nos afligen. Segundo, porque habría demostrado a su electorado que le preocupa más el interés nacional que el de su partido y que no se limita a esperar la caída de la fruta madurada en la miseria colectiva. Tercero, porque habría obligado a retratarse a Ciudadanos, hoy cómodamente instalado en el «no» al amparo de la ambigüedad en que se mueve la formación naranja desde que Arrimadas tomó el relevo de Rivera. Y cuarto, porque es de suponer que él sí habría sabido cuajar un discurso con propuestas sólidas, capaz de aglutinar a un centro derecha cada vez más fragmentado y así brindar esperanza a millones de españoles aterrados ante la consolidación imparable de esta coalición social-comunista cuyo proyecto es la liquidación del régimen de libertades nacido en 1978.
Admitámoslo; el censurado salió ayer del Congreso fortalecido, no tanto por sus aciertos cuanto por el fracaso de Abascal. A diferencia de Garriga, el líder de Vox recurrió a la brocha gorda con una intervención más propia de un telonero de mitin que de un aspirante a la Presidencia, mostró una alarmante falta de preparación y rezumó eurofobia precisamente cuando más necesitamos el respaldo de Europa, no solo para salvarnos de la ruina, sino en el empeño de frenar las pretensiones liberticidas del tándem monclovita. Al final, parió un ratón servido en bandeja de plata a un Sánchez enardecido.
Ahora la pelota está en el tejado de Casado. Descartado el «sí», porque resulta a todas luces imposible respaldar una candidatura como la descrita, la duda está entre el «no» y la abstención. Con esa actitud chulesca que tanto le gusta exhibir, el líder socialista le tendió ayer la mano con perfidia, ofreciéndole tácitamente un acuerdo en la disputa que les enfrenta a propósito del Gobierno de los jueces a cambio de alinear su voto con el de la bancada gubernamental y sus indeseables socios. Un apaño urdido entre bambalinas, me dicen, que solo espera ese gesto para regresar al reparto amistoso de sillas en el CGPJ. Un cambalache incompatible con la decencia y la dignidad, digo yo, que señala la única salida posible, por poco airosa que resulte: abstención, y a trabajar en la construcción de una alternativa real.