Pedro-José Chacón-El Correo

La izquierda querría un Estado homogeneizado que echa mano de las provincias antes que de las comunidades autónomas, aunque tenga que recular

De los 21 artículos del Título VIII de la Constitución española de 1978 dedicados a la organización territorial del Estado, salvo los tres que se dedican a municipios y provincias, el resto son para el desarrollo autonómico. En cambio, este Gobierno actual de PSOE y Unidas Podemos se ha dedicado durante toda la gestión de la epidemia a laminar las competencias de las autonomías con el pretexto de que hay que mostrar una unidad de gestión en la crisis. Pero lo que no puede ser es que esa coordinación necesaria en un mando único se dedique, como se hizo en los primeros momentos, a decirnos que tenemos que estornudar en el hueco del brazo encogido y menudencias por el estilo en las audiencias-río a las que nos sometió este presidente del Gobierno. O a compras centralizadas que luego no han sido efectivas por fallos clamorosos de gestión, que han tenido que compensarse con compras desde las comunidades autónomas, con lo que ese principio centralizador ha quedado roto de facto.

La primera salida ofrecida al principio del desconfinamiento, la de abordarlo por provincias, ha sido la puntilla que ha venido a colmar la paciencia de las comunidades autónomas. Que en un Estado como Francia, donde no existen las comunidades autónomas y donde las regiones son puramente administrativas -hasta el punto de que el presidente Hollande las modificó, ampliándolas, para ahorrar gastos-, se tire de los departamentos como han hecho, para organizar la desescalada, tiene su explicación en la propia estructura del Estado vecino. Pero que se pretenda algo similar en el Estado de las Autonomías que es España no tiene explicación posible y roza lo inconstitucional.

Y no tiene explicación salvo que se recurra a lo que es la ideología propia de la izquierda, en España y en cualquier otro sitio, que es por definición centralizadora y planificadora. Todo lo contrario que la ideología propia de la derecha, más propicia a la creación de islotes de gestión, a cargo de elites poderosas, que es lo que ocurrió en España con el auge de los regionalismos históricos, primero el catalán y luego el vasco. El franquismo, como variante extrema de la derecha, sí recurrió a la centralización, pero mantuvo los conciertos en Álava y Navarra, que ya es más de lo que hoy ofrecería la Francia democrática y republicana. ¿Qué está pasando aquí entonces? ¿No era la izquierda en España la principal aliada histórica de los nacionalismos? ¿No son los nacionalismos quienes buscan el refugio en la izquierda porque consideran que les protege mejor que la derecha en sus reivindicaciones? ¿O es que faltan claves por explicar?

Ahora estamos viendo cómo los gobiernos autonómicos del PP de Galicia, y hasta el de Madrid, piden reuniones «bilaterales» con el Gobierno, hablan de «cogobernanza» y hasta de «codecisión». ¿Esto es coyuntural o es estructural a la cultura política de la derecha en España? Pues lo vamos a decir claramente: es estructural desde el momento en que la derecha siempre fue partidaria de la diferenciación entre regiones. Y lo demostró desde el siglo XIX, cuando el liberalismo moderado o conservador concedió al País Vasco una capacidad de decisión basada en su singularidad histórica que ni siquiera la última guerra carlista pudo suprimir, ya que a partir de ahí fue cuando se puso en marcha el régimen concertado que tenemos hoy.

Dicho de otro modo: el Estado de las Autonomías actual, con su diferenciación en cuanto al acceso a las competencias autonómicas, es de derechas, puesto que lo que la izquierda querría en realidad, y lo estamos viendo ahora con la crisis del coronavirus, es un Estado homogeneizado, que echa mano de las provincias antes que de las propias comunidades autónomas, aunque luego tenga que recular. Lo que sabemos que querría la izquierda es un Estado federal, que es otro modo de homogeneización del que los nacionalistas huyen como de la peste, y que las izquierdas intentan suavizar con la creativa coletilla de «asimétrico».

La cohabitación actual en España entre las izquierdas y los nacionalismos tiene su origen en Indalecio Prieto. Un patriota socialista español que, ante las urgencias de la Guerra Civil y para conseguir el apoyo del PNV de Bizkaia, llegó a un acuerdo con José Antonio Aguirre para aprobar el Estatuto de Autonomía de 1936. Un Estatuto tan de mínimos que ni siquiera recogía qué bandera sería la oficial. Santiago Aznar, consejero socialista de Aguirre, propuso oficializar la ikurriña, sí, pero quien fue consejero de Industria y Marina del primer Gobierno vasco no tardó en ser expulsado del partido en 1943, por su alineamiento con las propuestas soberanistas del Gobierno vasco en el exilio. Ese era el PSOE centralista histórico que le sale ahora a Sánchez por los poros.