Isabel San Sebastián-ABC

  • La ruin batalla partidista frente al Covid no tendrá vencedores; solo traerá muerte y derrota

La Historia, esa maestra cuyas enseñanzas rehusamos obstinadamente aprender, lleva siglos intentando transmitirnos una lección indispensable para la supervivencia: la unión nos hace fuertes, la división nos debilita. Esa máxima de hierro ha demostrado ser tan inapelable como la ley de la gravedad, a pesar de lo cual la ignoramos una y otra vez, con la arrogancia ciega de una nación empeñada en suicidarse. ¿Nos falta conocimiento o nos sobra estupidez?

Los ejemplos son tan elocuentes que hablan por sí mismos, desde la Alta Edad Media y aun antes, hasta hoy. Desangrada en luchas intestinas estaba la Hispania visigoda cuando fue arrollada en el Guadalete por la hueste musulmana. A lo largo de ocho siglos de Reconquista, la victoria en el campo de batalla estuvo siempre del lado de quienes combatían juntos, mientras la fragmentación en pequeños feudos o taifas obligó a inclinar el testuz frente al enemigo y entregarle tributos o parias para pagar su clemencia. Recién consumada la unión de Castilla y Aragón que alumbró la España Moderna tuvo lugar la formidable hazaña americana que nos convirtió en la mayor potencia mundial, y fueron las pugnas sucesorias acaecidas después las causantes de un declive imparable. Si viajamos en la Máquina del Tiempo hasta épocas más recientes, la gran tragedia del siglo pasado, esa terrible Guerra Civil que algunos se empeñan en resucitar, culminó en un baño de sangre en el enfrentamiento entre españoles azuzados para matarse entre sí por dirigentes envenenados de totalitarismo, mientras que los dos logros históricos de ese período fueron hijos del consenso y el esfuerzo común: la Transición que nos condujo a la democracia, abriéndonos las puertas de la Unión Europea, y la integración en la moneda única gracias a la cual vivimos el período de mayor riqueza y prosperidad jamás conocido. ¿Cómo es posible que algo tan obvio no nos entre en la cabeza?

Si alguna vez hemos tenido un enemigo inequívocamente identificable como común, es ahora y se llama Covid. No tiene color ni ideología. No beneficia a nadie ni distingue la condición de sus víctimas, por mucha demagogia barata que intenten vendernos los empeñados en emplear su azote como arma arrojadiza contra el adversario político. Se ceba con los más débiles allá donde los encuentra y lo único que podemos hacer para combatirlo es unir fuerzas en el empeño común de protegerlos y protegernos. Pero ni siquiera ahora, cuando esta epidemia atroz pone a prueba nuestras certezas, son capaces nuestros líderes de mostrar un poco de grandeza. Ni siquiera esta plaga saca de ellos lo mejor. Antes al contrario, asistimos a una sucesión de escaramuzas, a cual más sucia, por ver quién desgasta más al otro con sus mezquinas estrategias, sin que ni unos ni otros parezcan caer en la cuenta de que esta ruin batalla partidista únicamente tendrá vencidos.

No caeré en la equidistancia facilona de repartir culpas por igual. No sería justo. Quien más poder ostenta es quien más responsabilidad arrastra, lo cual coloca a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, PSOE y Podemos, en el vértice de esta pirámide del oprobio. No solo por su dejación de funciones, sus mentiras o su incomprensible negativa a dejarse asesorar por un comité de expertos independientes, sino, sobre todo, por el espíritu de confrontación que refleja su lamentable gestión de este desastre. Se le escapó hace unos días al martillo de herejes socialista, Adriana Lastra, al señalar con dedo acusador a Díaz Ayuso. Ellos están en la lucha de clases. En el frentismo. En una división sectaria en bandos que solo traerá muerte y derrota.