Juan Carlos Girauta-ABC

  • La ley es un incordio para el presidente narcisista de un gobierno antimonárquico

El CGPJ invitó al Rey a la entrega de despachos a los nuevos jueces que se celebra mañana en Barcelona. La Casa del Rey confirmó la presencia de Don Felipe reservando en su agenda el viernes para tal fin. Suele glosar el Rey en las entregas de diplomas rasgos connaturales a la Justicia en cualquier Estado democrático de Derecho y, en concreto, en España. Los contenidas en el Título VI de la Constitución conciernen a la independencia judicial y al sometimiento de todos, sin excepción, a las sentencias y demás resoluciones judiciales.

La Casa del Rey anuló la presencia de Su Majestad al acto después de haberla confirmado, y como compete al Gobierno refrendar (o no) los actos del Rey, la inevitable conclusión es que la anulación ha venido impuesta por Sánchez. Impuesta pues conlleva una retractación sin explicaciones de quien había confirmado asistencia dando por sentado un refrendo que siempre había existido en similares ocasiones. Impuesta con recochineo de Calvo: «Una buena decisión». Esa burla solo tiene un destinatario: el Rey. Coincide todo esto con el anuncio de indulto a los golpistas y con una reforma ad hoc del delito de sedición.

Celebraciones como la de mañana en Barcelona tienen una gran utilidad simbólica: sirven como periódico recordatorio a la ciudadanía de que el Rey, símbolo de la unidad y permanencia del Estado, es también su Jefe, y que arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. La ley es un incordio para el presidente narcisista de un gobierno antimonárquico.

Indultar a los golpistas tan pronto, o cambiar para ellos el Código Penal, deja malherida a la democracia española. Pero si se hacen las dos cosas a la vez, estamos ante una invitación a repetir un golpe de Estado frente al que solo estuvo a la altura la Corona. Los separatistas, que no se lo perdonan, controlan a Sánchez, débil en el Parlamento pero dispuesto a asociarse con cualquiera que le permita mantener una brecha abierta, una frontera infranqueable, un abismo entre «la derecha», esa cosa odiosa, y todo lo demás, por confuso que luzca el montón.

La prueba de ese «cualquiera» son las alianzas con Bildu que han permitido a un condenado por pertenencia a organización terrorista como Otegui anunciar (¡con razón!) que «la ciudadanía de este país va a tener ocasión de comprobar qué pasa cuando los gobiernos de Madrid dependen del independentismo de izquierdas del país». En su boca, ese independentismo de izquierdas es Bildu y ese país es el vasco. En la misma alocución se regodeó Otegui: «Sostenemos al PSOE en Navarra y además hemos facilitado que haya Gobierno de PSOE y Podemos en el Estado».

La ventaja de pactar con terroristas es que luego, en comparación, los golpistas parecen moderados. ¿Cómo no iba Sánchez a librarles de su condena por ensoñación, digo por sedición, y a despejarles penalmente la próxima? Además, en breve toca nuevo tripartito catalán.