Miquel Giménez-Vozpópuli
- El portavoz de Junts per Catalunya ha sido cesado de su cargo, acusado de acoso sexual. La estelada ondea a media asta
Se llama Eduard Pujol, fue director de RAC1, emisora pro separatista del Conde de Godó – hay que ver como está la nobleza –, hasta que entró en política. Un talibán bronco, faltón, chulito y fatuo. Se hizo famoso cuando afirmó que el CNI le espiaba porque un día descubrió a un señor mayor que le seguía en patinete. Ese es el tipo. Lo que nadie podía sospechar, ni siquiera el del patinete, es que la vicepresidenta de su grupo, Elsa Artadi, saliera a comunicarnos la suspensión cautelar de militancia del caballero en cuestión. Se conoce que el pasado fin de semana le llegó a Jordi Sánchez, a la sazón secretario general de JxCat, que si bien a Pujol podían perseguirle patinetes, todo indicaba que él perseguía otras cosas.
Como lo cortés no quita lo valiente, Sánchez exigió que le cortaran la cabeza, el patinete e incluso el velocípedo. Sin investigación interna ni nada, eso se lo dejan a los jueces, lo que no deja de ser curiosísimo en alguien como Sánchez, que se pasa la vida calificando a la justicia española de fascista. Se actuaba así de manera “contundente y urgente” dejando al implicado la papeleta de dar explicaciones. Como insista en que la culpa la sigue teniendo el CNI, mal irá. Total, que tras una reunión entre Pujol y la dirección, le invitaron cordialmente a dejarlo todo, marcharse a su casa y con el cadáver todavía caliente se apresuraron a sustituirlo por Gemma Geis. Arreando que es gerundio.
El implicado ha dicho que cursaba baja por “motivos personales” y, hombre, debe ser la primera verdad que ha dicho en todos estos años. Ahora, asumiendo la presunción de inocencia que todo el mundo tiene derecho a invocar y que los separatistas niegan sistemáticamente a todos los que no son de su secta, debemos reconocer que algo pasa en el mundo lazi con la entrepierna. Recordemos el caso de la exdiputada de las CUP Mireia Boya, que denunció asedio constante por parte de un correligionario, acusando a la dirección de su partido de inacción. Tuvo que dejar el Secretariado Nacional cupaire, harta. O a la conversación telefónica de dos altos cargos de Esquerra en los que uno decía que no sé qué puesto debían dárselo a la que tuviera las tetas más gordas. O a el responsable de ERC en Ciutat Vella, que tuvo que desvanecerse del mundo al ser acusado de quedar con menores, presuntamente para algo más que regalarles chuches. O al exconseller Alfred Bosch, que dimitió debido al escándalo, también por acoso, en el que estaba por medio su jefe de gabinete Carles Garcías. Para que luego digan del Emérito, caramba carambita con el pirulí, y nunca mejor dicho esto último.
En todo caso, la justicia dirá y ya veremos si los patinetes acosaban o eran acosados. Si el implicado me lee, que no creo, le diré que espero y deseo con toda sinceridad que no sea culpable
Son cosas feas, porque aunque es sabido que el mundo de la política está plagado de plantas trepadoras que ascienden via tálamo refocilador, mete sacas apresurados en lavabos parlamentarios – he dicho lavabos parlamentarios y así es -, rodillas a prueba de bombas y el sublime arte de poner los ojos en blanco en llegando al fingido orgasmo, no es menos cierto que el acoso es una canallada propia de hideputas. Porque todo lo que no sea entre mayores de edad y de mutuo acuerdo, aunque el fin sea espurio, debe ser condenado ejemplarmente, en especial si se produce entre quienes dicen representarnos.
En todo caso, la justicia dirá y ya veremos si los patinetes acosaban o eran acosados. Si el implicado me lee, que no creo, le diré que espero y deseo con toda sinceridad que no sea culpable, porque estas cosas, cuando son ciertas, me producen una pena infinita por la víctima y un asco insuperable por el culpable. Y ya no tengo edad para estas acideces gástricas.
Eso sí, los agentes del CNI de la antena catalana que van en patinete deben estar partiéndose la caja.