Chamanes

ABC 06/07/17
IGNACIO CAMACHO

· La diferencia entre los antiguos jefes de tribu y los de ahora es que aquellos sabían ejercer el liderazgo prescriptivo

EL gran patrimonio de la Transición fue el consenso, el pacto de mutuas cesiones que permitió construir un proyecto de convivencia. Consenso político –la Constitución–, consenso económico y social –los pactos de La Moncloa– y consenso sobre la integración europea. Esa sintonía esencial duró más o menos dos décadas y media, hasta que ya en este siglo la izquierda capitaneada por Zapatero añoró la ruptura pendiente y decidió aislar con un «cordón sanitario» a la derecha. El propio ZP, arrepentidos los quiere el Señor, echa de menos ahora un punto de concordancia estratégica. Quizá sea tarde; falta entendimiento hasta para reformar unas pensiones en peligro de quiebra. El problema de derramar líquidos consiste en que luego no hay modo de devolverlos a la botella.

Ayer, en el foro de Vocento, los tres expresidentes vivos de esta democracia demostraron que la llamada vieja política guarda mucha más sensatez que la nueva. González, Aznar y el mentado Zapatero no sólo no son amigos sino que se detestan; abominan los unos de los otros individualmente y por parejas. Pero tienen experiencia de estadistas y la lejanía del poder ayuda a limar asperezas. En este momento es mucho más fácil encontrar puntos de acuerdo entre ellos que entre los actuales dirigentes, incapaces de sobreponerse a sus diferencias. Resulta significativo que nadie del Gobierno ni de la dirección del PSOE fuera a escuchar a sus antecesores y que de la nomenclatura vigente sólo asistiese Albert Rivera.

España tiene un problema de luces largas en la vida política, y es una cuestión clave cuando el soberanismo catalán plantea una sedición en regla contra el Estado. Hoy veremos a Sánchez y a Rajoy escenificar un medido acercamiento lleno de reservas y de reparos. Ambos proclamarán su común voluntad de impedir la separación de Cataluña, faltaría más, pero hay que saber si en caso de que la Generalitat emprenda la autodeterminación comparten también la forma de evitarlo. El consenso que la situación requiere afecta al ejercicio de la autoridad democrática y va a exigir pronunciamientos taxativos y compromisos claros.

Zapatero se marchó –a Venezuela, vaya por Dios— a tiempo de esquivar su pronunciamiento, pero Felipe y Aznar no dudaron. El primero habló del Artículo 155 en términos inequívocos y el segundo le atizó al absentismo oblicuo de Rajoy el tradicional estacazo. La diferencia entre aquellos «jefes de tribu» –Aznar dixit– y los de ahora es que los viejos chamanes tienen demostrado que no temieron ejercer la facultad prescriptiva del liderazgo. La dirigencia actual va por detrás de los de la opinión pública en vez de marcar el camino de la responsabilidad asumiendo el riesgo del rechazo. Y eso tiene un precio que se paga cuando llega el momento de las decisiones ingratas y toca ponerse antipáticos. Esa hora está a punto de sonar, si es que aún no ha sonado.