Fernando Savater-El País

Dar explicaciones le hace a uno vulnerable. En cambio, repetir un tópico puede dar fama de genio entre quienes creen que entienden

La otra noche, como no tenía disponible ningún nuevo episodio de The Terror o Homeland, volví a ver Bienvenido, Mr. Chance, la película que dirigió Hal Ashby en 1979. Les recuerdo quizá innecesariamente su argumento, basado en la novela de Jerzy Kosinski. Chance (interpretado en estado de gracia por Peter Sellers, un año antes de morir) es un jardinero muy corto de luces, que a su edad adulta no sabe leer ni escribir, nunca ha subido a un coche ni viajado en avión y permanece virgen como un niño pequeño en todos los sentidos de la palabra. Su única pasión es ver televisión, cualquier canal, a cualquier hora. Obligado a dejar la casa en la que vivió toda su vida por muerte del propietario, un afortunado accidente le gana la protección de un influyente millonario y su esposa. En esa elevada compañía, las simplezas y monosílabos con que responde al tuntún a las preguntas que le hacen le gana fama de sabio, incluso ante el presidente de EE UU y otros próceres. Cuanto más astuto cree ser quien le trata, mejor queda engañado por los imaginarios sobrentendidos de sus frases profundas de puro vacías.

El ejemplo de Chance impulsa a la mayoría de los políticos a no decir en público más que frases hechas o mandar tuits convencionales: arriesgan menos y ya se encargarán los oyentes o la prensa de llenar de contenido esas bobadas. Dar explicaciones le hace a uno vulnerable. En cambio, repetir un tópico puede dar fama de genio entre quienes creen que entienden cuando les cuentan lo que saben. La película de Hal Ashby acaba con Chance andando sobre las aguas de un lago, sencillamente porque ignora que se puede hundir. A mí me recuerda bastante a Mariano Rajoy…