Juan Carlos Girauta-ABC
- Como ustedes saben, la nueva casta parasitaria se gana la vida problematizando lo normal, tipo regla y tal
Chanel no les gustó en su momento porque estaba buena, interpretaba con todo el cuerpo una canción gachona y no problematizaba nada. Como ustedes saben, la nueva casta parasitaria se gana la vida problematizando lo normal, tipo regla y tal. Recuerden que nuestra selección eurovisiva quedó en cosa de tres: la que se inventaba un miedo a las tetas que nadie ha padecido jamás, la santa compaña y Chanel, que canta y baila como dios. Ya me dirás.
La casta parasitaria es además neopuritana y, como tal, no soporta que alguien en algún lugar del mundo pueda ser feliz. De ahí que abominaran de Chanel. De ahí que magnificaran los valores de una canción de tetas sin tetas.
Ah, no. No se puede cantar a las tetas libres, glorificar las tetas, acusarnos en falso de tetafobia, elevar las tetas a épica revolucionaria… y no enseñar ni una teta. Pese a los méritos artísticos de la pieza —discretos pero existentes—, algo no encaja. Los que temían a las tetas eran los artistas y productores, por eso descartaran en su vídeo todo el metraje tetil, como denunció en las redes una de las modelos defraudadas.
El de las señoras gallegas era un tema de interés, no te digo que no. Las pandereteiras reivindican esa cosa tan original de amar a quien desees y enfatizan el empoderamiento de la mujer, según leo en su web y en Wikipedia. Todo esto es muy bonito y yo también lo reivindico y lo enfatizo. Con todo, por un reflejo condicionado me llevo la mano a la cartera cando oigo «empoderamiento», pues me acuerdo de la relación de los impuestos que sufro con la problematización de lo normal. Esta desconfianza la favorece mi antigua catalanidad, que trato de erradicar obligándome a irrumpir en las tabernas de Toledo para gritar «¡otra ronda, pago yo!». Entonces el catalán que hay en mí vence, y huyo. El catalán que hay en mí es un cabrón, un mister Hyde.
Al grano. Con las señoras gallegas muchos intuimos alguna modalidad de futura tasa. Sé que no tiene explicación, pero hay que hacer caso al instinto. Imaginé un nuevo recargo, no sé, quizá en la factura de la luz, con un concepto incierto tipo «cuota empoderamiento mujeres nacionalidades». Contrastando con tanta problematización, salió un fenómeno que venía a gustar, a reparar nuestras almas, una mujer empoderada de verdad, sin complejos, sin malos rollos, sin reprocharte tu sexo ni el sexo, gozando, devolviéndonos el fuego semimilenario por el que nos convertimos, vía carnal, religiosa y lingüística, en hispanidad. Chanel va a acabar de coronarse en ese rol simbólico con Malinche, lo de Nacho Cano, que se estrena en septiembre.
El sábado, la gracia, que toca a quien quiere, devolvió la alegría hasta a los sonsos y las sonsas, redimiendo por una noche a la casta parasitaria neopuritana y empoderante que le habían negado a nuestra Chanel el pan y la sal y alimentado su acoso en las redes. La belleza puede con todo.