Antonio Burgos-ABC
- Tan acostumbrados estamos ante el chaqueteo que no nos ha extrañado la retirada de Afganistán
Igual que hay quien se inventa palabras del Politiqués, como Marlaska para justificar su metedura de pata con los menores inmigrantes no acompañados que nos mandó Marruecos, me extraña que en la crisis humanitaria de Afganistán, fracaso de la comunidad internacional tras la espantá con fecha de caducidad y código de barras (y estrellas) de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, nadie haya explicado que ha vuelto una vieja palabra española, más utilizada de cuanto parece desde su silencio: chaquetear. Chaquetear, según sus tres acepciones del DRAE, es «huir ante el enemigo», «acobardarse ante una dificultad» o «cambiar de bando o partido por conveniencia personal». Debe de ser palabra vieja, con más años que la batalla del Ebro,
muy utilizada en nuestra incivil Guerra Civil. Se la aplicaron a los italianos en Guadalajara, donde chaquetearon lamentablemente ante el Ejército republicano, por lo que les cantaban, con música de su «Faceta nera»: «Decid que habéis tomado Adis Abeba,/a ver cuándo tomáis Guadalajara».
Pero sin remontarnos al lagarto, lagarto del fantasma de nuestra guerra y su memoria democrática, el chaqueteo está a la orden del día hoy en España, y nadie lo dice. Sánchez gobierna gracias a que chaqueteó ante los herederos de los terroristas de la ETA, con los que dijo que nunca pactaría, y ante los separatistas catalanes. Cambió de bando y de opinión por conveniencia personal para asegurarse el poder tras aquel gran chaqueteo que fue la postura del PNV en la moción de censura contra Rajoy, culpable de la que tenemos en lo alto.
Tan acostumbrados estamos, pues, ante el chaqueteo como modo de aferrarse al poder que no nos ha extrañado la retirada de Afganistán, «la madre de todas las desgracias e iniquidades». ¿Cómo han conseguido los talibanes hacerse con el poder? Por este chaqueteo, primero de Estados Unidos y de los países aliados de la OTAN, y luego del propio Ejército afgano que nos presentaban tan bien entrenado tras veinte años de presencia occidental como instructores de los educandos de bando que tenían que cerrar el paso a los radicales defensores de la ley islámica y protectores del terrorismo mundial. Lo de los italianos en Guadalajara fue nada al lado del Ejército y la cúpula política de Afganistán, abandonando el país a su suerte y a la muerte a todos los que habían colaborado con los que creíamos habían librado al mundo de aquel semillero de terroristas yihadistas, que andarán ya a estas horas buscando nuevas Torres Gemelas.
Por cierto, ¡marchando una de ironía! Me encanta la fuerza y la contundencia de la condena mundial del feminismo profesional internacional en defensa de las mujeres de Afganistán, que habían conquistado unos derechos que ahora les han arrebatado los talibanes de la noche a la mañana.
Esto es lo que traen las espantás. Y no quiero ni pensar lo que sentirán las viudas y huérfanos de nuestros militares muertos en Afganistán en defensa de unos principios ante los que la comunidad internacional ha chaqueteado lamentablemente.