LUIS VENTOSO-EL DEBATE
  • Este presidente que no ganó las elecciones no solo pide a los periodistas que lo apoyen, ahora ya les exige que además se movilicen contra sus adversarios

Mientras las autoridades catalanas mantienen una larga, atosigante y autolesiva campaña de hispanofobia, en Madrid se respiran aires más saludables. En la capital de España todos los españoles son bienvenidos, incluidos, por supuesto, nuestros compatriotas catalanes. La recepción es tan grata y tolerante que incluso manifiestos enemigos de España –tipo Rufián–, o personajes filonacionalistas –tipo Iceta– se lo pasan de traca en Madrid y en sus cenadores y no querrían dejar la metrópoli ni de coña.

En esa línea de brazos abiertos, numerosos comunicadores catalanes ocupan puestos estelares en el olimpo mediático nacional. Uno de esos destacados profesionales es la conocidísima Susanna Griso, barcelonesa de 54 años. Desde 2006 presenta un magacín matinal y su pugna con Ana Rosa en esa franja horaria forma ya parte de la pequeña historia de nuestra televisión.
Griso es una periodista resolutiva ante la cámara y políticamente camaleónica, que algo ha de tener cuando ha conseguido mantenerse ahí arriba durante dos décadas. Unos la consideran de tendencia «progresista» y otros la ubican en el centro-derecha. Pero es un personaje más bien neutro, dentro de un conglomerado mediático propiedad de un grupo italiano, una editora española y otra alemana. El móvil de todos esos accionistas es comercial, ganar pasta en España, por lo que juegan a todas las barajas, desde el firme apoyo a la aventura de izquierdas que está desestabilizando España a la crítica a ese desvarío que ejerce, por ejemplo, Vicente Vallés.
Sánchez, que tiene la norma antidemocrática de vetar a los medios críticos con sus políticas, ha concedido este jueves una entrevista a Susanna Griso. Y en ella sucedió algo insólito. Durante la conversación regañó a la periodista, reprochándole que no repreguntó a Aznar cuando en una entrevista previa en el mismo espacio el ex presidente criticó con dureza la diplomacia de Sánchez en Israel. «No podemos dar por válida la mentira, Susanna. No puede decir un expresidente del Gobierno aquí, y me sorprendió que no le repreguntaras, si me permite que se lo diga, que yo no he condenado los atentados de Hamás».
Griso, en lugar de contestarle a Sánchez que no tiene ningún derecho a indicarle cómo tiene que conducir su programa, aceptó la lección de periodismo callada e incluso dando la razón al mandatario que la estaba presionando: «Muy bien, eso es cierto», musitó ante la andanada de Sánchez contra Aznar. Aunque hay que reseñar en honor a la verdad que en otros momentos de la entrevista la presentadora sí se atrevió a situar a Sánchez ante sus contradicciones, lo que le valió otra llamada al orden del presidente: «No tergiverse usted mis palabras», le espetó. Es difícil entrevistar a un dirigente cada vez peor encarado y desabrido, que además utiliza la táctica de ofrecer respuestas larguísimas (amén de plúmbeas) para evitar que haya demasiadas preguntas.
La guinda del programa fue ver a Sánchez exclamando molesto que «no se puede permitir la mentira», insólita queja viniendo de quien ha faltado a la verdad por sistema en cuestiones de la mayor relevancia. O dicho de otro modo: un trolero en serie criticando la mentira.
Dado que política y mediáticamente España se está convirtiendo en un tebeo de Mortadelo y Filemón, habrá quien piense que lo que hemos relatado es solo otra curiosidad más de esta feria de los prodigios que llamamos sanchismo. Pero no. Es un hecho notable, porque refleja el alma autocrática de un gobernante que está oxidando nuestra democracia cada día un poco más. A Sánchez ya no le bastan medios y periodistas que barran a su favor. Ahora ya exige algo más. Han de ser también militantemente agresivos con todo político que no sea socialista, comunista o separatista. Han de dar caña a la derecha. Han de ser de la escuela de la tele al rojo vivo y de la televisión pública de Intxaurrondo y Fortes. Han de fajarse a favor del PSOE y su líder supremo o serán reconvenidos y señalados (y muy pronto, probablemente represaliados).
Lo que ha hecho Sánchez con Susanna Griso es lamentable. A ningún presidente equilibrado de una democracia de mínima solera se le ocurre recriminarle a una periodista que ha dado poca caña a un adversario político en un programa previo, o acusarla en directo de tergiversar sus palabras solo porque ha osado a hacer un par de preguntas perfectamente pertinentes. Huelga decir que este disparate no merecerá reproche alguno de las asociaciones españolas de periodistas (si lo hubiese hecho un mandatario de derechas ya estarían publicando gallardos manifiestos en defensa de Griso y la libertad de prensa).
Vamos mal. En solo 24 horas, Chávez –uy, perdón, quería decir Sánchez– ha colocado a su ex secretario de Comunicación al frente de la Agencia Estatal Efe, que pagamos todos y se presuponía neutral, y ha abroncado a una estrella de la televisión por no poner toda la carne en el asador por la causa «progresista».
Si no estamos en el albor de una autocracia cada vez se le parece más. Denle tiempo al personaje y veremos situaciones que creíamos reservadas a otras latitudes.