ABC 25/09/15
DAVID GISTAU
· Ya habíamos advertido que la independencia se volvía autoparódica en el instante en que comenzó a consistir en destruir cosas que ya se tienen
EN el proverbio, cuando a alguien se le desea que viva tiempos interesantes, se le está cursando una maldición. Esto es algo acerca de lo cual necesita ser instruida la «miss» italiana que lamenta no haber participado en esos tiempos sin duda interesantísimos que fueron los de la segunda guerra mundial. Vivirlos y como judía, para llegar bien adentro en la tiniebla, para no perderse la experiencia del vagón de mercancías y la rampa de selección.
Considero una frivolidad aquel pensamiento que en mí el periodista impuso al ser humano –la disociación no ha sido sin querer– y según el cual me tocaría ser cronista de tiempos no interesantes. Ay, Omaha Beach con una «moleskine». Qué enorme vanidad era aquella que admitía suponer que Chaves, Grossman o Hemingway eran ante todo el resultado de la coincidencia con el Gran Acontecimiento y que a los españoles hijos del 92 apenas nos quedaría aferrarnos, en un país sin interés por concluido, a un costumbrismo ramplón como el de los monologuistas que hablan de lo que cuesta abrir un frasco de ketchup. Plegaria atendida: resulta que al final sí nos esperaban tiempos interesantes. Sólo que, en lo que concierne a la acepción independentista de este gran acontecimiento español, resulta que el ser humano está inquieto sin que por ello el periodista acabe de estar satisfecho con los personajes con los que le tocó coincidir. Qué habrían hecho mis cronistas de cabecera con un líder separatista del cual su madre dice que le cuesta dormir cuando lo llaman tonto. Si acaso, lo que Malaparte con Mussolini en «Muss, el gran imbécil». (Lo de imbécil va por Mussolini, Romeva, duerme tranquilo, arró, arró, y luego sal a hacer coitos con quien quieras y tantas veces como quieras o puedas, que también los catalanes, aun pueblo singular, tenéis vuestras limitaciones atléticas y vuestros tránsitos de reposo).
A mí están ustedes estafándome con la degradación bufa del gran acontecimiento que me tocó en el reparto histórico. Lo único que me faltaba por ver es a otro líder separatista, esta vez Junqueras, defendiendo con vehemencia su derecho constitucional a seguir siendo español después de la independencia. Su derecho basado en la Constitución y en la ley que no acata, sino que aplasta con un concepto antijurídico de la legitimidad sentimental. Ya habíamos advertido que la independencia se volvía autoparódica en el instante preciso en que comenzó a consistir en destruir cosas que ya se tienen para poder aspirar a ellas, convirtiéndolas en anhelos de porvenir. La pertenencia a la UE, por ejemplo. Hasta jugar la Liga española. Pero no sabíamos hasta qué punto esta paradoja se había vuelto absurda. Resulta que los independentistas se afanan, con grandes estragos para todos, en destruir su condición de españoles para proceder a reclamarla en el día 1 de la independencia esgrimiento los textos jurídicos previamente profanados. Están ustedes chiflados. Me voy a comprar un frasco de ketchup para los próximos tres artículos.