JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR-EL CORREO
- Xi Jinping no comprende que, al concentrar en sus manos todo el poder, sabotea los mecanismos del ascenso de su país
Dentro de treinta años, mucha gente se preguntará el motivo de que el coloso chino fracasase en superar a Estados Unidos como primera potencia mundial, quedando como segundón eterno. Muchos afirmarán que el reinado de Xi Jinping fue el punto de inflexión, cuando el ascenso de China empezó a quebrarse. Y tendrán razón, aunque las causas serán tema de debate durante décadas.
Pero no hay misterios: antes de que Xi llegase al poder, China era una dictadura colegiada relativamente benigna, donde el mandatario supremo ejercía poderes limitados y solo podía ostentar el cargo durante dos periodos de cinco años. Las autoridades locales gozaban de amplia libertad de acción y se realizaban diversos experimentos socioeconómicos a nivel local, que eran luego implantados a nivel nacional si alcanzaban el éxito. De esta forma, la dictadura china de partido unico, que ya no era comunista en nada salvo en el nombre, imitaba artificialmente la adaptabilidad de los sistemas democráticos, lo que le permitió alcanzar un nivel extremadamente raro entre los regímenes despóticos.
En cambio, Xi ha concentrado todo el poder en sus manos, ha suprimido la autonomía de las autoridades locales, ha recortado gradualmente el número de experimentos reformistas a nivel local hasta reducirlos a cero, ha endurecido drásticamente la censura y ha eliminado el límite de dos mandatos para convertirse de facto en dictador absoluto y vitalicio.
De esta forma, cegado por la soberbia y la ambición, Xi se ha entregado a un espejismo ancestral que todavía ejerce una maligna fascinación sobre mucha gente: ¿para qué enredarnos con leyes, burocracia o las interminables discusiones de un sistema democrático?, ¿no sería mucho más sencillo y eficaz buscar al hombre más capacitado, al ‘cirujano de hierro’ con el que fantaseaba Joaquín Costa, y entregarle plenos poderes para que lo resuelva todo en un plis plas?
Xi Jinping no comprende que al concentrar en sus manos todo el poder está saboteando desde dentro los mecanismos del ascenso de China, que se basaban precisamente en intentar ser todo lo flexibles que se pudiera dentro de una autocracia para evitar los bloqueos estructurales en los que suelen meterse por su propia naturaleza los sistemas despóticos.
Para empezar, la concentración del poder en un líder supremo crea de inmediato un cuello de botella gigantesco que garantiza retrasos interminables en la resolución de la gran mayoría de los asuntos. Cuando el líder supremo no delega y les niega capacidad de decisión a los subordinados, la administración pública empieza a acumular retrasos en cadena hasta rozar el colapso completo. Numerosos problemas jamás serán resueltos porque el líder supremo ni siquiera llega a enterarse de que existen. En cuanto a los asuntos que sí llegan a su mesa, aunque el líder supremo los resuelva realmente en un plis plas, no hay garantías de que un solo hombre posea los conocimientos o la prudencia para zanjar correctamente temas muy diversos que a veces pueden ser de gran complejidad.
En un Estado tan extenso y tan poblado como China, atar en corto a las autoridades locales les estorba para cumplir con sus funciones y les resta recursos, pero el poder central nunca va a ser capaz de gestionar correctamente las provincias desde la remota capital. Expoliarlas y reprimirlas, sí, pero administrarlas como es debido, no.
En lo económico, Xi, como muchos déspotas, intenta reforzar su poder controlando la economía. Las empresas privadas están siendo acosadas y hostigadas en favor de los mastodontes de titularidad pública. En este sistema, insisto, que no es comunista, las acciones de Xi son arbitrarias en función de objetivos cortoplacistas, distorsionando artificialmente el comercio, los precios y el crédito. Por eso los chinos ricos están sacando sus riquezas en masa desde hace unos meses.
En el terreno militar, Xi ha pasado del relativo pacifismo de sus antecesores a una política agresiva que roza el matonismo. Sin embargo, los ejércitos modernos requieren amplio margen de iniciativa en todos los niveles de la cadena de mando para combinar cuerpos y armas de forma eficaz. Déspotas como Napoleón o Hitler disponían de ejércitos así, pero ellos no los crearon; los heredaron. Xi no tiene esa ventaja. Por eso, aunque el ejército chino nunca va a ser tan malo como el ruso en Ucrania, aunque goce de gran superioridad numérica nunca va a poder medirse con un adversario de estilo occidental, y es improbable que pueda conquistar Taiwán.
Pero, de momento, China es una muy gran potencia, y esa inercia tardará décadas en disiparse. Mientras dure, Xi va a intentar tratarnos a todos como ha tratado a Hu Jintao en el reciente congreso del partido.
Se avecinan tiempos interesantes.