Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Mutaciones institucionales de la comisión inútil de toda la vida aspiran a la eternidad

Es un dicho realista que ha encontrado su demostración más ilustrativa en nuestro Congreso de los Diputados: «Si quieres que un problema se perpetúe, crea una comisión». Cada vez que en esa cámara se ha creado una comisión parlamentaria de lo que fuera, ha servido para que no se aclarara nada de lo que se pretendía aclarar. Sin embargo, hay quienes no se desaniman ante esa evidencia y dieron hace tiempo un salto evolutivo en esa burocrática dirección: pasaron de las comisiones a los chiringuitos.

El chiringuito es una mutación institucional de la comisión inútil de toda la vida, que aspira a la permanencia, por no decir a la eternidad, y que en nuestro país se ha convertido en una doctrina política: el chiringuitismo. Allí donde hay un problema que no se soluciona nunca o una noble causa que no llega a buen puerto, o un nuevo objetivo político que alguien acaba de fijar y que supuestamente nos hará más felices, se crea un chiringuito, o sea, un pesebre para colocar a parientes, amiguetes y correligionarios. Hay chiringuitos para el cambio climático, para la defensa de los animales, de las lenguas y de las plantas. Y cuando tiene sentido alguno de los fines que esas instituciones pretenden, se demuestra la inutilidad de éstas. Cuando se trata de la de defensa de la mujer no disminuyen ni los casos de violación ni de explotación, ni de maltrato.

La expresión máxima del chiringuitismo español es el llamado Ministerio de Igualdad, que ya resulta sospechoso por sus clamorosas resonancias orwellianas. Y es que a quienes hablan de ‘1984’ sin haber leído esa novela hay que aclararles que todos los nombres de las instituciones que aparecen en ella invocan conceptos bellos, nobles y deseables: el Ministerio de la Verdad, el de la Paz, el del Amor, el de la Abundancia… O sea, invocan las palabras, los conceptos y los valores que menos se respetan, y que con más saña totalitaria se persiguen, en el mundo asfixiante que nos describe Orwell en esa ficción distópica.

Digo esto porque, en su campaña electoral, Sánchez anda homologando el Ministerio de Igualdad con la igualdad misma y la deseable posibilidad de que desaparezca con la hipotética desaparición de no sé qué conquistas igualitarias que dicho pesebre habría aportado supuestamente a nuestro país. Pero la igualdad que cabe en una democracia occidental como la nuestra -la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades, la igualdad en los derechos…- no se alcanza creando chiringuitos que lleven ese rimbombante nombre y poniéndolos en manos de gente indocumentada (ayer Bibiana Aído, hoy Irene Montero…) e indultando después a quien delinque en nombre de la secesión catalana. Dada la triste experiencia, más bien podría decirse lo contrario.