Quedan trece días para el gran momento en el que Pedro Sánchez se verá obligado a doblar la servilleta como presidente del Gobierno. Todos los signos coinciden: ayer, el candidato popular Alberto Núñez Feijóo se dio un baño de multitud en la plaza de toros de Pontevedra, que ha sido el testigo de los mítines que precedieron a sus cuatro mayorías absolutas. 12.000 personas.

En cambio, Pedro Sánchez Pérez no puede afrontar  el contacto con las muchedumbres sin que se le pongan levantiscas o le griten: “que te vote Txapote”, incluso en ausencia, como en la Monumental de Pamplona en la primera corrida de San Fermín, al igual que se lo habían hecho en persona el 28-M, en su propio colegio electoral. De plaza de toros a plaza de toros. Probablemente Sánchez no lo entiende, pero ha llegado a concitar una animadversión en el personal nunca igualada por ningún otro gobernante. Lo escribió Josep Pla en su Cuadern Gris: “Al menos ahora, en Cataluña, hay unanimidad: todos tenemos la gripe”. Por eso, para sus apariciones en público lo rodean de figurantes, seleccionados y propuestos por la empresa. En esta ocasión, ha preferido encerrarse en La Moncloa para preparar la artillería dialéctica contra su adversario.

Se pondrá faltón con toda probabilidad, está en su naturaleza, aunque tiene ya gastado hasta el último cartucho. Lo empleó en aquel cara a cara con Mariano Rajoy de mediados de diciembre de 2015 el que agredió a su adversario: «El presidente tiene que ser una persona decente y usted no lo es». Aquello fue una indecencia autodefinida, solo superada de manera involuntaria cuando quiso descalificar la acusación de ‘sanchismo’ que le hacían sus adversarios y terminó calificándolo: “el sanchismo es una combinación de tres cosas: de mentiras, de maldades y de manipulación”. No se puede definir con un grado mayor de precisión.

Así las cosas es muy comprensible que Sánchez haya exaltado las virtudes de su antecesor socialista, calificando de “un activo de la máxima relevancia” a un presidente que tomó el olivo al rechazar una candidatura que ya daba por perdida en 2011 y poner de candidato a un doble de luces, Alfredo Pérez Rubalcaba.

Pedro Sánchez creía que la presidencia de turno de la Unión iba a ser viento en las velas de su campaña. Todo lo ha interpretado mal. Frente a un Feijóo en una campaña en la que va a protagonizar hasta tres mítines diarios, sus obligaciones le van a lastrar la campaña. En cuanto acabe el debate de esta noche, Sánchez viajará a Lituania donde participará en una cumbre de la OTAN mañana y pasado. Otro tanto le pasará el martes y el miércoles de la semana que viene, que pasará en Bruselas en una cumbre de la UE. Mientras, su enfrentamiento con Feijóo se le ha puesto crudo. Cuanto más agresivo se ponga más facilidades le dará. Por otra parte, el candidato del PP tiene ya acuñada la frase para el minuto del cierre que le ha correspondido por sorteo: “Yo no soy Pedro Sánchez”. Es definitivo. Tanto que Feijóo y Abascal deberían tener una preocupación fundamental: el acuerdo para echar a Pedro Sánchez. Lo demás es secundario.