Tonia Etxarri-El Correo

Esta vez no lloró. La presidenta de Navarra, en su comparecencia ante el Senado, a petición del PP, para dar explicaciones sobre las adjudicaciones de contratos con empresas relacionadas con la trama que está siendo investigada por el Tribunal Supremo, descartó haber cometido ilegalidades. Todo lo más, irregularidades. Pero tuvo dificultades para explicar si Santos Cerdán influyó en el nombramiento de su pariente o qué papel concreto desempeñaba en sus reuniones con distintos ministerios para obtener financiación sobre las obras del túnel de Belate, adjudicadas a Servinabar por 76 millones de euros. Acudía como diputado, según la presidenta. Es más: desconocía que su compañero fuera copropietario de esa empresa. Fue, la de ayer, una comparecencia muy tensa y no exenta de contradicciones. Su Gobierno tomó represalias contra el letrado de la obra que denunció irregularidades, trasladándolo a un despacho apartado en una nave industrial. Pero ese castigo infligido por su propio equipo, por lo que dijo ayer Chivite, ella no lo compartió.

La vez que le sorprendió la noticia de que su compañero y amigo acababa de dimitir como ex secretario de Organización del PSOE, María Chivite se presentó ante los focos y no pudo reprimir las lágrimas. No eran tan amargas como las de Petra Von Kant, la diseñadora a la que Fassbinder dio vida en su célebre película, pero su contrariedad, aquel 12 de junio, disgusto y, quizá, miedo a lo que el futuro le pudiera deparar si su compañero de fatigas, Santos Cerdán, no conseguía demostrar su inocencia, la dejó en una posición de vulnerabilidad ante los medios.

Han pasado tres meses desde entonces y la presidenta navarra compareció ayer ante la Cámara alta, desafiante y soberbia en sus respuestas, intentando descalificar al Senado, que se ha convertido, en su opinión, en un circo romano que emprende una caza de brujas de la que ella se siente principalmente perjudicada. Se presentó como una víctima de la «vendetta de la derecha». Y es que el PP la convocó en el Senado porque la considera una de las políticas clave en la trama de la presunta corrupción navarra. Pero midió muy bien sus palabras a la hora de defender a quienes fueron sus compañeros y colaboradores. No quiso entrar por la senda de la vicepresidenta primera y ministra, María Jesús Montero, que ya tiene las manos abrasadas de tanto ponerlas en el fuego al apostar por Cerdán, en prisión preventiva, y por su jefe de gabinete, Carlos Moreno. Ella, por si acaso, prefiere lavarse las manos, sin renegar de Cerdán, antes que ponerlas en el fuego.

Sus socios de gobierno le facilitaron la digestión del mal trago. Geroa Bai y Bildu no quisieron incomodar a la compareciente y no le trasladaron preguntas. El silencio de los corderos y la ayuda de los lobos. Hay más túneles que el de Belate en el caso de la trama navarra que no terminan de abrirse a la luz de las explicaciones en sede parlamentaria. Siempre quedará la Justicia para encontrar la verdad, a pesar de las presiones que está recibiendo el tercer poder.