José Luis Zubizarreta-El Correo
La desmesura de la oposición que ejerce la derecha es el mejor aliado que ha podido encontrar el Gobierno y el lastre más pesado con que tiene que cargar el país
El nuevo Gobierno se enfrenta a dudas y reticencias de sectores de la opinión pública que haría bien en no reducir a lo que gusta denominar ‘las derechas’. La fuente de la inquietud reside, no tanto en el programa, que bien puede considerarse de corte socialdemócrata al mejor estilo europeo, cuanto en las incógnitas que plantean tanto la inclusión de un partido de corto, pero intenso, recorrido populista cuanto -y sobre todo- la dependencia respecto de una fuerza que exige, para dar su apoyo, la satisfacción de demandas de difícil encaje constitucional. Así, las dudas y reticencias desbordan los límites de las banderías de derecha-izquierda y adquieren carácter transversal. Superar la desconfianza de los citados sectores y responder, al mismo tiempo, a las expectativas de sus más impacientes electores marcarán, pues, los polos del delicado equilibrio en que tendrá que moverse el Ejecutivo en busca de la gobernabilidad.
En esta tarea, aparte de en sus virtudes internas, el Gobierno ha encontrado su mejor aliado en la oposición que ejercen, esta vez sí, ‘las derechas’. La desmesura con que PP, Vox y C’s convierten, cada uno a su modo, sus prejuicios en certezas, elevando luego éstas a augurios catastróficos, es, en vez de una fuerza de destrucción, el mayor chollo que el Gobierno podría haber esperado encontrar. Gobernar con tal oposición es como jugar el partido teniendo a Messi en tu equipo. Y es que, con sus desaforados ataques, los tres partidos citados causan efectos perversos contra sus propios intereses. Al sector ‘no adscrito’ y más moderado, lo asustan, haciéndolo preferir el problema que denuncian a la solución que ofrecen. Analistas hay que, deseosos de expresar sus críticas a un Gobierno que les suscita incertidumbres, optan por callárselas y dirigirlas a quienes lo atacan, por temor a que se los confunda con tan desaforada oposición. De otro lado, a los más progubernamentales, en vez de hacerlos dudar de su adhesión, los apalancan en ella, pues, ofendidos, se reafirman en sus convicciones. Y por lo que toca a la propia militancia, le infunden tal desconcierto y desazón, que, como ha podido verse en el PP y C’s, llegan a expresarse sin reparo o con más o menos disimulada acritud. Finalmente, al Gobierno, lo estimulan, por si falta hiciere, a actuar él mismo, por un alegado instinto defensivo, de oposición de la oposición. De hecho, ningún miembro del Gobierno emite ya una declaración sin acompañarla de un contrataque, a veces igual de desmedido, a uno u otro partido opositor.
Estos efectos perversos de la desmesura no tienen visos de desaparecer en el corto o medio plazo. Responden a causas profundas, que van más allá del buen o mal hacer del Gobierno y apuntan al propio talante de las derechas. Todo viene del trauma que el sector ha sufrido los últimos años y que cabe achacar a tres factores. El primero, una moción de censura que, seguida de una insatisfactoria renovación de liderazgo en el PP, con apartamientos y deserciones, derivó tanto en confusión ideológica como en desorden orgánico, quedando el partido sin referentes de actuación e incapaz de optar entre radicalidad y moderación. El segundo, el descalabro, de cariz también ideológico y orgánico, de C’s, que, aparte de dejar huérfana a una notable parte de su electorado, hizo del partido una marioneta que sigue moviendo sus miembros por inercia y sin hilos que aseguren su coordinación. Y, tercero, la irrupción de una fuerza incontrolable y desacomplejada como Vox, que amenaza con tragar, cual agujero negro, a todo el que ose asomarse a sus bordes. Para colmo, los tres, lejos de ser independientes, se atraen al tiempo que se repelen.
Lo peor de esta situación no es lo que afecta al Gobierno. Sus efectos perversos se extienden a todo el sistema. Instituciones como el CGPJ o el TC, por citar sólo las más relevantes, dependen, para su renovación y buen funcionamiento, de partidos que se hallan atrapados en contradicciones que no son capaces de resolver. Y cuestiones graves como la suficiencia y sostenibilidad del sistema de pensiones, el conflicto catalán o la polarización bloquista que amenaza con paralizar el funcionamiento y corroer los cimientos de la democracia no encuentran los consensos imprescindibles para dar con arreglos que puedan encauzarlos. Y así, lo que para el Gobierno es un chollo se vuelve un lastre para el país.