TEODORO LEÓN GROSS-ABC

  • Es lógico que Sánchez se tapara y mandara a uno de los suyos a pegarse. A saber si podía imaginar, o no, que acabaría vapuleado por Feijóo

El chulo de barrio alcanza su punto de gloria cuando ya no se ve solo imponiendo su matonismo tabernario con el palillo colgado del premolar y la carraspera acentuada por el tercer whisky malo, sino viéndose al mando de una banda de pandilleros que le sirven bien. Algo de eso se vio ayer en el Congreso. En 2014 pudo liderar el PSOE un tipo noble como Madina pero la militancia optó irreparablemente por unir su suerte a ese estilo faltón de pocas lecturas y muchas bravatas. Y ayer Pedro Sánchez, al que los buenos trajes nunca le han podido disfrazar los andares de bravucón, ni siquiera cuando cruza el Barleymont con ínfulas de personaje de Tom Wolfe, dio ayer su genuina talla al enviar a Óscar Puente a pegarse con Feijóo en su debate de investidura. Esa es la impronta del macarra triunfador: cuando ya puedes mandar a otro a pegarse por ti. Lo nunca visto, pero en definitiva nunca se había visto un presidente de esa catadura en la bancada azul. Y ya puede vestirse de seda como advierte el refranero, pero definitivamente nada puede travestir al patán que ayer decidió mandar al ruedo al más fanfarrón de su bancada, a caballo entre Rubiales y Ábalos, capaz de hacer parecer a Rufián un lord de Santa Coloma de Gramanet incluso con la impresora en ristre. En lugar de una solemne sesión de investidura, se les ocurrió una versión castiza de ‘West Side Story’.

La institucionalidad ha tocado fondo. Sánchez no ha despreciado o ninguneado a Feijoo, sino la sede de la soberanía nacional. Entiéndase, a todos los españoles. Pero seguramente Sánchez no ha cruzado su último Puente. Cuando parece haber tocado fondo, siempre hay más. Sánchez, en fin, es un trasunto político de Peña Enano, llamado ‘El Inmortal’, líder de Los Miami, la banda que se impuso en el Madrid de los noventa. Toda una escuela, y de hecho tiene ese sello de ganador al límite. Por eso se veía venir lo sucedido ayer en la Cámara al ningunear la investidura planteada por el jefe del Estado, Felipe VI: no conoce más ley que la suya propia. Suele ocurrirle a los capos de las bandas. Pero el tablero embarrado, que en realidad es la clase de tablero donde Sánchez entendió que tendría más futuro, no puede ocultar la realidad. Tampoco sus mantras repetidos como una tamborrada de Calanda. Llaman ‘progreso’ a amnistiar el mayor golpe al orden constitucional desacreditando al Estado de derecho a cambio de siete votos; llaman ‘progreso’ a pactar con la derecha carlista y ‘Dios y Ley vieja’; llaman ‘progreso’ a pactar con Bildu mientras declaran que la línea roja es la retórica cerril de Vox, como si un adjetivo fuese peor que un tiro en la nuca; y llaman ‘progreso’ a recordar una foto desgraciada de Feijóo pero dictan el olvido para ETA y aplauden a quien blanquea al asesino en serie Ternera… Es lógico que Sánchez se tapara ayer, como Yolanda Díaz, y mandara a uno de los suyos a pegarse. A saber si podían imaginar, o no, que acabarían vapuleados por Feijóo.