IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Año y medio después, el líder del PP aún no ha asumido la incapacidad genética de Sánchez para jugar limpio

Un año y medio lleva Núñez Feijóo al frente del PP nacional y aún no parece haber calibrado la profundidad del pozo de marrullería en que flota su adversario. Había hecho el líder popular por la mañana un discurso espléndido, contundente y sereno, cargado de dignidad, pulso y nervio. Y a pesar de los precedentes que conoce cualquier español advertido de la personalidad del jefe del Gobierno, se quedó perplejo cuando Sánchez, en una exhibición de desprecio, le echó por delante a un subalterno para que hiciese méritos embarrando el debate e intentando arrastrarlo a un duelo navajero con el que tal vez se haya ganado un ministerio. Óscar Puente hizo de Luca Brasi, el sicario que Vito Corleone enviaba para no mancharse las manos y que tanto le gustaba a Gistau, y cumplió con eficacia su trabajo. Que en esencia consistía en salpicar de fango al candidato, relacionarlo con los narcos y, de paso, hasta culpar a Aznar de «instigar» (sic) el 11-M y a Rajoy del golpe que los socialistas están a punto de dar por legalmente olvidado.

Feijóo se bloqueó. Quizá dudó si contestar o no, y se quedó a medias. Sólo atinó a decir que aquella réplica grosera le parecía propia del ‘Club de la Comedia’. Se le fue viva la oportunidad de avergonzar al presidente por su falta de coraje para abordar el debate de la amnistía, que había sido el eje moral de la alocución matutina. Quiso adoptar una actitud honorable que en realidad resultó aturdida y apenas pudo articular una queja sobre la institucionalización de la anomalía, mientras Sánchez se partía de risa ante el éxito de su desdeñosa maniobra ventajista. Había reventado la sesión eludiendo el cuerpo a cuerpo mediante un subordinado interpuesto y con eso tenía suficiente para sentirse satisfecho. Pero el rival se quedó paralizado en el desconcierto, sin afearle la huida ni colocarle ante el espejo del miedo a dar explicaciones sobre el pacto de la infamia que está urdiendo.

Porque minutos antes del discurso de investidura, en el Parlamento catalán, Pere Aragonès había expuesto sin tapujos que la negociación con los separatistas no va de encaje territorial, ni de reencuentro ni de pacificación ficticia, sino de autodeterminación y de soberanía. No fue hasta la tarde, y en respuesta a Abascal, cuando Feijóo sacó a relucir esa declaración tan comprometida para el sanchismo, pero el debate ya había naufragado para convertirse en una reyerta de redes sociales y un conciliábulo de pasillos. La disertación inicial, un programa de regeneración impecable en tono, puesta en escena y contenido, quedaba lejos, perdida en la bruma, sepultada en el ruido de una irrespetuosa estrategia de filibusterismo. El asombro palmario del postulante reveló que todavía vive en una suerte de limbo político, sin asumir ni comprender la falta de escrúpulos de un rival incapaz de jugar limpio.