LUIS VENTOSO – ABC – 25/06/16
· No importa vivir peor si puedes darte un desahogo nacionalista.
Para que no faltase de nada en el volcán británico, ha aparecido ÉL, jugando al golf en Escocia. Con su pelazo rubio alienígena, visera de béisbol, mentón alzado y morritos cerrados en puchero autoafirmativo, habló así: «Estoy feliz con el Brexit. La gente está muy enfadada. Es lo mismo que pasa en Estados Unidos. Están enfadados con el problema de las fronteras».
Trump tiene razón en parte. En efecto, «la gente» –¿les suena la expresión?– está muy enfadada en los países occidentales. Pero el demagogo neoyorquino identifica mal la matriz del disgusto, que se debe lisa y llanamente a que la economía no acaba de recuperarse. Occidente, que ya cojeaba con la implacable competencia de los laboriosos asiáticos, no ha recuperado el tono tras el infarto financiero de 2008. Muchas personas se han quedado en la cuneta y otras se quejan –con razón– de un modelo donde un empleo fijo solo supone bailar en un alambre un poquito más ancho. El problema se exacerba en Europa, con unos maravillosos y admirables sistemas de protección social, que se han tornado insostenibles al renquear la economía.
Ante un reto de tal magnitud caben dos soluciones, la racional o la sentimental. La racional es dura, difícil y aburrida para los platós televisivos. Consiste en trabajar más que tus rivales; contar con una educación mejor, que te haga más creativo y capaz; y adaptar el sistema de protección social a la coyuntura económica, para no abocarlo a su quiebra y destrucción.
La respuesta sentimental se concreta en buscar enemigos exteriores y someterse al caudillaje de un líder providencial, que ofrece con verborrea emocionante una solución integral a todos los males. Los seguidores de Trump y los brexiters tienen claro su enemigo exterior: los inmigrantes (para los separatistas catalanes es «Madrit»; para los escoceses, Londres). El líder providencial adopta diversas máscaras, pero hay un aire de familia entre Trump, Iglesias, Boris, Beppe Grillo o Farage. Todos impostan que representan al pueblo llano. Todos se sirven con maestría actoral de la televisión. Todos cultivan la originalidad y un perfil antisistema, con una condena explícita de la gris democracia convencional (que tan felices frutos ha dado).
El Brexit ha sido un chute de nacionalismo. La utopía de que acantonarse en el terruño conjurará la decadencia. Boris, un profeta divertido, maniobrero e inteligente, ha arrollado espoleando el instinto básico del sentimentalismo patriotero. La penosa campaña de Cameron y Corbyn hizo el resto, porque es imposible vender algo a «la gente» diciéndole «esto es un asco, pero no te queda otra».
La sangre no llegará al río. El primer ministro Boris, que hace solo dos años defendía los acuerdos con la UE, negociará una salida con Bruselas que le permita conservar una relación similar a la actual, pero con la fachada de que ha roto con el luciferino Mordor bruselense. Los alemanes tampoco van a pegarse un tiro en el pie lastrando sus ventas al Reino Unido a golpe de aranceles. El absurdo experimento de Cameron solo ha logrado dos cosas: abrir a Boris la puerta del Número 10 e infligir a su país un dolor económico que no será largo, pero sí agudo este año.
LUIS VENTOSO – ABC – 25/06/16