JORGE BUSTOS-El Mundo
Pensemos que nuestro separatista vino de lejos para hacer lo que hizo. Se tomó sus molestias. Trazó un plan y lo ejecutó con la determinación que sólo nos asiste cuando nos quedamos en calzoncillos ante una mujer, aunque sea una mujer de piedra. Ella, atónita, ni siquiera parpadeó. Se encomendó a la libertad de expresión consignada en la Carta Magna mientras rezaba con los labios inmóviles para que el trance pasara rápido y algún mortal caritativo procediera a retirarle pronto el trapo aquel de sus santos hombros.
Hay más actividad cerebral en el cráneo de mármol de la Cibeles que en el feldespato mental del independentismo, incapaz de asumir su clamorosa derrota ni de deponer sus estériles arremetidas contra el granito de la ley. Muchos cabezazos contra la pared tiene aún que darse el indepe medio antes de comprender que ni la mayoría de los catalanes comparte su estado de calcificación neuronal ni la mayoría de los madrileños destina a sus acrobacias identitarias más atención de la que le roban las sandalias con calcetines de un guiri traspapelado de estación. Con el agravante de que el indepe será siempre un paisano obvio que fracasa en su afán de dejar de serlo y el guiri un extranjero evidente que fracasa en su afán de confundirse con el paisaje.
Cuando a Raúl le negaron el acceso a la Cibeles para celebrar el título de Liga, pidió que llamaran al alcalde. Es un signo de cordura municipal. El separatismo, perdido el seny, se pone en manos del Olimpo. Que como todo el mundo sabe no se localizaba en Grecia sino en Montjuic.