Cicatería moral

ABC 11/07/17
IGNACIO CAMACHO

· Qué seguridad debe de inspirar la contemplación de la vida desde la certidumbre de estar en el lado de los buenos

HEMIPLEJÍA moral, lo llamó Ortega: una limitación del pensamiento. Ése es el síndrome que sufren los dirigentes de Podemos. Los que llaman golpista a Leopoldo López y defienden como héroes de su causa a Bódalo, aquel tipejo de Jaén que pegó a una tendera embarazada, o a Alfon, pacífico activista que iba a la huelga llevando en su mochila un explosivo casero. Los que regatean homenajes a Miguel Ángel Blanco o a Ignacio Echevarría después de reunirse con los agresores de guardias de Alsasua y de recibir a Otegui en el Parlamento Europeo. Los implacables debeladores de la corrupción que siempre encuentran una casuística autoexculpatoria para sus imputados; los que distinguen sin reparo entre mártires propios y ajenos. Los que dividen el mundo entre ellos y los demás, entre su razón banderiza y la de esos «otros» en los que Sartre residenciaba el infierno.

Hay que reconocer que, frente al remordimiento habitual de la derecha y de la izquierda socialdemócrata, proclaman su sectarismo sin el menor complejo. Pregonan su narrativa bipolar, su relato excluyente de la política, con una soberbia impertérrita, con orgullosa autonomía de criterio. No dudan, no se apocan, no ceden, no experimentan un atisbo de desasosiego. Se afirman en su superioridad moral, en la certeza de hallarse en el bando correcto, con absoluta indiferencia respecto a lo que piense, diga o haga el resto. Convencidos de su única verdad inconmovible, aprietan la jeta y se agarran a sus consignas sin un titubeo. Qué seguridad debe de inspirar sentirse imbuido de una misión histórica capaz de justificar cualquier comportamiento, contemplar la vida y sus retorcidos avatares desde la convicción de estar en el lado de los buenos.

Por eso ni siquiera la memoria de Miguel Ángel Blanco, su enorme huella emocional en la sociedad española, ha podido conmover su intransigencia en el más leve gesto. Ese muerto no era suyo, así que ni calles, ni placas, ni performances mediáticas, ni camisetas con su nombre; todo lo más una evasiva solidaridad con las víctimas en la expresión más genérica del término. Al fin y al cabo, el crimen sucedió mucho antes de que surgiera Podemos y por tanto pertenece a esa época ominosa en que todo estaba mal hecho. Quizá una cierta melancolía de lo no vivido les lleve a pensar que ellos, los auténticos portavoces de la gente, habrían sabido canalizar mucho mejor la legítima protesta del pueblo.

Si al menos Blanco hubiera sido comunista lo podrían convertir en un símbolo retroactivo del tiempo nuevo. Pero se trataba de un muchacho del PP que estaba en el sitio equivocado en el peor momento. Cómo no lamentar su suerte, claro, pero sin caer en el exceso, sin incomodar a esos parientes políticos que aún no han encontrado la ocasión de manifestar un mínimo arrepentimiento. Todas las víctimas son dolorosas y tal; que nadie vaya a pensar que pecan de cicateros.