JON JUARISTI-ABC

  • Irene Montero Gil constituye hoy por hoy el principal activo de la derecha española

Entiendo que la oposición ande más que cabreada con los insultos de Montero (júniora), pero no por ello debería pedir su cabeza, el inventario de cuyo contenido, me temo, no compensaría el esfuerzo que requeriría conseguirla. Pero, sobre todo, arrojarla –no la cabeza, sino a la ministra de Igualdad entera con todas sus partes por igual– a las tinieblas exteriores, que siempre parecerán un solsticio caribeño en comparación con las interiores (a la cabeza de la ministra me refiero esta vez), representaría una verdadera tragedia para la derecha, si no para España y sus altos aunque todavía remotos e inimaginables destinos en general.

Porque nadie ha combatido hasta ahora con mayor eficacia a la izquierda que Irene Montero. El descalzaperros que montó durante la comparecencia parlamentaria del miércoles entre sus compañeros de Gobierno fue sublime. Admirable. Ni Marlaska había logrado levantar tanto entusiasmo en su contra a propósito de los muertos de la valla. Irene Montero Gil es, hoy por hoy, el mayor activo del PP y, probablemente, de Vox. ¿Quién, en su sano juicio, pediría la dimisión o la destitución de semejante milagro?

La pregunta anterior no es retórica. Tiene una respuesta muy fácil: el PSOE al completo, sus dirigentes y sus bases, antes de que Irene Montero los haga pulpa de tamarindo. Pero no cabe esperar nada de aquel, porque el PSOE no está en su sano juicio.

Aunque quizá nunca lo estuvo, hoy lo está menos que nunca. Véase, si no, la espléndida respuesta de su jefe máximo al pronóstico –procedente de la derecha– de que no pasará a la Historia por desenterrar personas. Como es sabido, Sánchez contestó que Franco no era una persona, sino un dictador. Aguda observación que me recordó otro juicio tajante de un gran socialista vasco ante el anuncio, en 1981, de la fusión del Partido Comunista de Euskadi con Euskadiko Ezkerra: «En ese partido –afirmó– va a haber más maricones (sic) que obreros». Probablemente, Tomás Tueros, un gran luchador sindical de antes de que las gambas de Huelva y los masajes orientales destruyeran la leyenda de la Lucha Sindical, no se equivocó en la proporción. Ahora bien, ni siquiera se planteó la hipótesis de que ambas categorías pudieran darse a la vez en un mismo individuo.

Acaso Tomás Tueros fuera un poco simplista en sus planteamientos antropológicos, pero, que yo sepa, jamás incurrió en la pedantería. En esta última chapoteó el miércoles una –también joven– diputada podemita que declaró no entender cómo la presidenta del Congreso había censurado el uso, por la ministra Montero Gil, de la expresión «cultura de la violación», porque, según su autorizado entender, tal fórmula no es un eslógan ‘woke’, sino un concepto científico avalado por la ONU y la Sociología. Luego dirán las de Vox que estas chicas no han estudiado…