CIRCUNSTANCIAS

DAVID GISTAU-ABC

 

Es un hombre distinto, que incluso mira distinto, que abraza su circunstancia excepcional

EMPLEO un cliché si digo que nadie sabe de qué está hecho hasta enfrentarse con una circunstancia excepcional. Es posible vivir vidas enteras sin llegar a averiguarlo porque esa circunstancia no aparece. También hay épocas políticas que no la ofrecen. Son aquellas donde prevalecen las medianías, donde es posible encomendarse a personas que son lo que Rajoy dice de sí mismo: normal, previsible, un señor de Pontevedra, alguien que ni de niño quiso ser astronauta o explorador de continentes ignotos: «Felicidades, señora, acaba usted de tener un funcionario del Estado». No digo que esas épocas sean nefastas. A partir del 45, el proyecto europeo consistió en dotar a los ciudadanos de un porvenir despejado de circunstancias excepcionales y hasta de rapsodia, aunque fuera a costa de aburrir a los fantasiosos épicos y de no adivinar cuáles de entre nosotros habrían sido héroes en caso de exigírselo su tiempo. Como, por ejemplo, a los hombres de la «finest hour».

En lo que concierne a España, la extinción del terrorismo etarra debería haber sido lo que, erróneamente, Fukuyama auguró para el mundo después de la caída del Muro: un final de la Historia. Un final hasta de la particularidad española. Los llegados a la edad adulta con la Transición ya hecha, el Rey Felipe incluido, iban a correr un único riesgo en un país concluido, el de añorar la «circunstancia excepcional» propia con la que medirse. Iban a vivir una vida entera sin llegar a averiguar cómo se habrían comportado. Qué error.

Estamos metidos hasta el corvejón en la circunstancia excepcional de nuestras vidas. Y todos nos estamos conociendo mejor gracias a ello. Para mal, casi siempre. No estábamos diseñados para esto, nos habían extirpado por completo el gen que permite pasarlo bien viviendo peligrosamente. De todos los personajes públicos, el único que ha surgido en una versión diferente y pletórica es el rey. Y no digo que se divierta, pues arriesga pasar a la posteridad como el rey que perdió España y, encima, para que esto no suceda depende de Rajoy. Pero algo le ha ocurrido que empezó a irradiar con el discurso y que el jueves hizo que mucha gente –también muchos ausentes habituales en el besamanos– se sintiera obligada a acudir a Palacio porque la presencia fue un modo de ponerse a su servicio como si le hubieran aparecido velas vikingas a un rey antiguo. Antes de la Circunstancia, FB6 era un rey correcto, tímido y retraído que parecía necesitar legitimarse ante la sociedad cada día como si arriesgara el exilio con un solo error. El del discurso es un hombre distinto, que incluso mira distinto, que abraza su circunstancia excepcional y emerge proteico de ella, que encuentra una oportunidad para creerse lo que es y lo que representa. Lo más duro antes fueron las finales de Copa: lo demás era inaugurar fábricas de yogures y hacerse el hipster, por mandato de su esposa, en los bares de Malasaña. Este tiempo lo ha hecho rey como podría haberlo desarbolado.