Rubén Amón-El País
El movimiento político de moda se parece poco a lo que fue y acaso menos a lo que será
Una versión apócrifa de Wikipedia podría acuñar Ciudadanos como un partido centrista, liberal, europeísta y reformista, aunque la ortodoxia de semejante definición no contradice ni la ambigüedad de su posición política, ni el peligro de la moda pasajera ni su capacidad adaptativa al hábitat.
Ciudadanos no es exactamente lo que fue -una respuesta ilustrada, cosmopolita, al soberanismo, con ingredientes liberales y socialdemócratas- ni se parece a lo que será, precisamente porque responde al comportamiento de un partido mutante, en permanente estado de construcción, volátil, expuesto a la arbitrariedad de las coyunturas, pero también beneficiado por ellas, hasta el extremo de que su proyección electoral —primera fuerza en las encuestas— tanto proviene de un mérito explícito —la estrategia de Cataluña— como del deterioro de sus rivales y hasta del desplazamiento de las placas tectónicas: la crisis del eje izquierda derecha, la elefantiasis de los partidos convencionales, la amenaza populista.
Podría hasta hipotizarse que Ciudadanos ganaría las elecciones ahora, en enero, pero no está claro que logre imponerse en 2020. Mariano Rajoy administraría el tiempo como un arma letal, consciente al mismo tiempo de que Cs es ahora un incomodísimo rival conservador —»la marca blanca del PP», diría Iglesias— que le muerde votantes al PSOE y hasta Podemos, aglutinando la idea del extremo centro, incitando en sus filas a todos los centristas de España.
«Los expertos sitúan Ciudadanos en el centro (tirando a centro-derecha) en el eje ideológico de izquierda y derecha; y en el centro también en el otro eje sobre el que se articula la política europea, el eje cosmopolitismo respecto al populismo/autoritarismo», explica el politólogo Víctor Lapuente. «La indefinición es la otra cara de la flexibilidad de Ciudadanos. Su problema y el de otros partidos liberales europeos (como muestran sus inestables fortunas electorales), es que se ven obligados a comportarse como ‘partidos nicho’, concentrándose en un tema (inmigración, la UE, o, la cuestión territorial), para intentar abrirse un espacio entre los grandes partidos. Hay pocos casos, aunque sean tan relevantes como Macron, en los que una opción liberal pueda articular una plataforma programática compleja, que se perfile como opción seria de gobierno».
Emmanuel Macron se ha convertido, en efecto, en el patriarca aspiracional del fenómeno naranja. Un movimiento, más que un partido. Una estrella carismática al frente. Y un híbrido reformista cuya extrapolación a España requeriría el funeral del PP y del PSOE, sin olvidar que la victoria catalana se la proporcionó toda la gasolina del voto útil en un contexto electoral muy concreto.
«Cuando el escenario político se caracteriza por la polarización, por una retórica marcadamente emocional y funge un discurso simplificador en torno a la apelación a ‘un solo pueblo’ que delimite claramente a un adversario, quien logra situarse en el otro extremo o representar ese adversario, es el partido que saca mayor ventaja», explica Máriam Martínez Bascuñán, profesora de Políticas de la Universidad Autónoma y autora de Populismos.
«Esto lo ha conseguido Ciudadanos», añade, «porque ha logrado hacerse con la posición política que encarna esa parte ‘dolida’ de la población que queda expulsada del ‘solo pueblo’ al que apela Puigdemont. Cuando tú fuerzas un ‘nosotros’, construyes al mismo tiempo un ‘ellos’; el ‘nosotros’ solo existe a condición de que exista un ‘ellos’; al final, en la contienda solo quedan dos bandos en liza; que es lo que ha ocurrido en Cataluña. Si además el sujeto político no es el ciudadano sino el pueblo, es más fácil conseguir la transversalidad en el rédito electoral; algo que se arroga el independentismo, pero también Cs por esa lógica binaria que caracteriza a un momento populista».
En sentido darwinista, Ciudadanos no es el partido más fuerte pero sí el que mejor se adapta, incluso cuando la mutación o la transformación requiere, como requirió, abjurar de cualquier anclaje socialdemócrata en beneficio del liberalismo. Produce alergia el concepto o el sustantivo en un amplio espectro electoral, así es que Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional y antiguo fundador de Ciudadanos, sostiene que debería explicar mejor su modelo para ahuyentar los recelos. «Hay un malentendido respecto al modelo económico que Ciudadanos no ha logrado aclarar. Creo que no propone ni un neoliberalismo salvaje ni un modelo intervencionista, sino que pretende motivar la competencia en cada sector para que se estimule de forma más eficiente la economía y permita unas mejores instituciones del Estado Social».
No hay ambigüedades en la visión del modelo de Estado ni en el desgaste que implica su posición contra los privilegios forales o fiscales de algunas comunidades. Ciudadanos ha protagonizado debates incómodos —inmigración, violencia de género, pensiones—, pero también ha engrasado la bisagra hasta el extremo de haber apoyado indistintamente las investiduras de Pedro Sánchez (fallida) y de Mariano Rajoy (consumada).
«No le ayuda a Cs que Rivera diga que el eje izquierda-derecha ya no existe», esgrime Martínez Bascuñán. «Es peor no ser de nada que reivindicar, por ejemplo, una posición de centro; si no eres ni de izquierdas ni de derechas puede resultar que al final seas un tecnócrata. Crear ese espacio ideológico del centro podría funcionar mucho mejor. Si Ciudadanos decide optar por una posición ‘ni-ni’ en lo ideológico y con un fuerte nacionalismo español con problemas para reconocer la diversidad de nuestro país, quizás al final acabe jugando con devaneos populistas».