JORGE EDWARDS – ABC – 11/06/16
· He buscado, por pura intuición, la edición original del Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, publicada en Chile en 1845, y he encontrado que arriba del título aparecen las palabras Civilización o Barbarie. La perspectiva ha cambiado bastante, pero la disyuntiva todavía tiene sentido. El Gobierno del señor Maduro, por ejemplo, ¿es de izquierda o es una forma contemporánea de incivilización política, con los tristes resultados que ya conocemos?
Una elección estrecha no es lo mismo que una no elección. Puede ser, incluso, exactamente lo contrario. El fujimorismo representó en el Perú la exaltación del régimen de autoridad, el poco respeto por el Estado de Derecho, la corrupción como sistema de gobierno. Fue una manera de llegar por el camino más corto, sin rodeos y también sin escrúpulos, sin democracia, a la derrota de dos enemigos que sin duda eran mortales: la guerrilla de Sendero Luminoso y la inflación desatada. Pero ocurre que los fines no justifican los medios. Y ocurre algo todavía más grave: los medios injustos, ilegales, corrompidos, contaminan inevitablemente los fines.
Fue el drama del estalinismo del siglo XX en todas sus variantes, en sus expresiones regionales y hasta provincianas, en la Cuba de los hermanos Castro, en Corea del Norte, en la siniestra Rumanía de los esposos Ceaucescu. Pero el tema de los medios y los fines no sólo se presentó en las izquierdas revolucionarias. Ha sido propio del autoritarismo de cualquier signo ideológico: progresos aparentes seguidos de retrocesos fatales. En el Perú de Alberto Fujimori, el fenómeno asumió una forma menor, más confusa, difícil de identificar, pero en definitiva nefasta. Creo que las elecciones actuales se produjeron en un momento en que la tendencia empezaba a perder terreno. Y el proceso electoral sirvió para poner en evidencia esta fragilidad de fondo del fujimorismo. Tendrá la mayoría en el Parlamento, pero fuera de la administración y del poder ejecutivo será difícil que esta fuerza política mantenga su estabilidad, su cohesión interna.
Durante la campaña electoral, Keiko hizo esfuerzos notables, visibles, para desmarcarse de la figura de su padre. Sabía que la imagen paterna, con el padre en la cárcel, era un lastre pesado. Pero ella había sido la creación mediática de su padre, que después de su divorcio la presentaba como «primera dama», invento político de presidentes republicanos que quizá esconden ilusiones monárquicas. Si Keiko aceptó esa imagen oficial, tenía que aceptar también las inevitables consecuencias. Su hermano menor Kenji no se presentó a votar porque aspiraba precisamente a encarnar un fujimorismo en estado puro. Y las acusaciones de corrupción que afectaron a personajes del equipo electoral de Keiko fueron decisivas. ¿Qué garantía de independencia frente al pasado fujimorista podía ofrecer una candidata que antes de llegar a la elección, en plena campaña, tenía que aceptar a dirigentes de esa catadura?
El Frente Amplio de izquierda del Perú, encabezado por Verónika Mendoza y derrotado en la primera vuelta, entregó sus votos al derechista liberal Pedro Pablo Kuczynski y no a la candidatura ambigua, sospechosa, de Keiko Fujimori. Fue una elección racional, que abrió los ojos de alguna gente, y ahora habrá que seguir con atención el desarrollo del asunto. El balance, en cualquier caso, es claro. No es que el Perú eligiera no elegir. El Perú eligió, y eligió bien, a conciencia, en un final dramático, a favor de un candidato de derecha moderada, que ha mostrado un espíritu de apertura política, una disposición para dialogar con todos los sectores, además de una evidente capacidad de administración. Si el lector piensa que esto es poca cosa, en el Perú o en cualquier parte del mundo, creo que debería darle otra vuelta al problema.
A veces el análisis de estos fenómenos hispanoamericanos no tiene en cuenta los cimientos históricos, los elementos de base. Tengo una vieja experiencia electoral en un país como Chile, donde se llegó a decir que las elecciones eran una pasión nacional, sólo comparable a la del fútbol en Argentina y a la del toreo en España. Pues bien, pienso que si las elecciones en el Perú se repitieran la distancia final en favor de PPK sería mucho más contundente. Un proceso electoral en forma, en detalle, dentro de la legalidad, en una lucha voto por voto, enseña muchas cosas, además de provocar decisiones inesperadas. Después del plebiscito chileno de 1988, mucha gente, al conocer el triunfo del no, se arrepentía de haber votado por el sí. No era un cambio de opinión oportunista. Era una apertura de la mente, una visión que se añadía después de una experiencia electoral.
He buscado, por pura intuición, la edición original del Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, publicada en Chile en 1845, y he encontrado que arriba del título, en grandes caracteres, aparecen las palabras Civilización o Barbarie. La perspectiva ha cambiado bastante, pero la disyuntiva todavía tiene sentido. El Gobierno del señor Maduro, por ejemplo, ¿es de izquierda o es una forma contemporánea de incivilización política, con los tristes resultados que ya conocemos? Y el manejo irresponsable de las cuentas públicas que provocó el impeachment de Dilma Roussef en Brasil, ¿qué significa, o es un simple golpe de Estado legal? Su predecesor, Lula, como buen sindicalista y obrero metalúrgico, tuvo más respeto por los números, por las finanzas públicas, por los tantos por ciento, y salió mejor parado. ¿Y Cristina Kirchner, con NIETO sus estadísticas manipuladas?
Ahora, después de mirar en internet la tapa del Facundo, uno de nuestros clásicos, recuerdo un diálogo de Pablo Neruda, embajador y poeta lírico, con el primer ministro de Economía del Gobierno de Salvador, diálogo que tengo reservado para el segundo tomo de mis memorias. «La inflación va a destruir el poder de la burguesía» declaró el ministro. El embajador poeta hizo un gesto lento y seguro de negación con el índice de la mano derecha. «La inflación –dijo– nos va a destruir a nosotros».
El poeta lírico, en resumidas cuentas, sabía más de economía que el ministro. Por sabiduría popular, por olfato, por lo que fuera. Si el fujimorismo detuvo la inflación galopante del Perú, lo hizo fuera del Estado de Derecho, con medios ilegales, corrompidos, y ahora pagó las consecuencias. Entre otras razones, porque fue, a pesar del prolongado suspenso, y quizá por eso mismo, una extraordinaria elección. El civilización o barbarie del Sarmiento de mediados del siglo XIX podría reemplazarse, o mejorarse, ahora, por otro dilema: democracia o barbarie.
JORGE EDWARDS ES ESCRITOR – ABC – 11/06/16