Ignacio Camacho-ABC

  • Los Reyes Magos existen de veras. Su leyenda es la expresión simbólica de la superioridad moral de la inocencia

Cuando eras pequeño siempre había compañeros de colegio empeñados en chafarte los sueños de este día con descarnados murmullos de un materialismo escéptico. Te costaba darles crédito pero lograban sembrarte un recelo que apenas disipaba el ventajista argumento paterno de que los Reyes Magos sólo visitan a los niños que creen en ellos. Aun así te agarraste a la esperanza, o a la conveniencia, o a las dos cosas, durante mucho tiempo, hasta que la pureza de la infancia se fue disipando en una implacable secuencia de revelación de secretos. Y al cabo de los años te viste a ti mismo tratando de conservar en tus hijos el candor del misterio que iluminaba sus miradas cada cinco de enero. Lo alargaste todo lo que fue posible a base de trucos dialécticos y de esforzarte por ver a Gaspar -que siempre fue tu favorito- cuando te mirabas al espejo antes de subir al trastero con mucho cuidado de que tus pasos nocturnos no rompiesen el silencio del dormitorio donde flotaba un bendito espejismo de fantasía y deseo.

Pues bien: hora es de que sepas que los Reyes existen de veras. Que aquella expectativa trémula de tu niñez no era un simulacro de los mayores para mantenerte en una burbuja de ilusiones ingenuas sino la expresión simbólica de una doble certeza: la de la superioridad moral de la bondad y la del imperativo categórico de las quimeras como contrapunto de las amargas decepciones de la existencia. De eso trata el fondo de esta fiesta construida sobre la metáfora evangélica de un viaje, una peregrinación en busca de la verdad manifestada en un lugar improbable. La Historia la ha vestido después con el ropaje de una tradición de belleza, de cultura, de mitos y de arte, pero su sustrato original tiene que ver con la revelación -Epifanía- de un mensaje de liberación espiritual a través de virtudes esenciales. Más allá de esta brillante impostura diseñada por los adultos, late la reivindicación de una utopía que representa el triunfo sobre la desolación y la aspereza del mundo. Y el día que abdiquemos de esa rebelión idealista habremos renunciado al futuro.

Llevabas razón cuando creías y la seguirás llevando mientras puedas mantener intacta la reivindicación de la inocencia como fuerza interior capaz de propulsar una revolución ética. Mientras reclames el derecho a hacer de noches como ésta una revancha contra el fracaso envuelta en el halo mágico de la leyenda. Mientras estés dispuesto a defender la supremacía irrevocable de la generosidad, la entrega, el afecto y la nobleza. Y sí, hoy tendrás que hacerlo mediante una amable superchería, un sortilegio inofensivo contra el desengaño o la melancolía. Pero lo harás consciente de estar descubriendo, también para ti, la verdad de las mentiras, el reverso optimista del desconsuelo de la vida. Sin remordimientos, que para embustes ya sufres cada día el desvergonzado despliegue de la palabrería política.