Ignacio Camacho-ABC
- A las «palabras, palabras, palabras» de Hamlet, Sánchez opone discursos opacos a base de «palabros, palabros, palabros»
La Conferencia de Presidentes, ese invento zapaterista del que nunca ha salido nada en claro, sólo tendría cierto sentido si se celebrase en el Senado. Pero no por utilizar la plaza de la Marina como un mero escenario, que para eso hay muchos más fotogénicos, sino para que la Cámara Alta ejerciera su teórico rol de caja de resonancia del modelo territorial del Estado. Es decir, para que sirva de algo al menos un par de veces al año. Tal como está formulada, sin embargo, es una reunión vacía de contenido donde el presunto diálogo se limita a una sucesión de soliloquios sin ningún fruto práctico porque el jefe del Ejecutivo trae sus propuestas cerradas de antemano. Un simulacro de cooperación autonómica con coreografía de federalismo de facto y un lenguaje deliberadamente vago: cogobernanza, multinivel, policéntrico y similares significantes abstractos. En vez de las «palabras, palabras, palabras» de Hamlet, Sánchez prefiere discursos opacos construidos a base de «palabros, palabros, palabros».
Ayer, para contrarrestar las críticas del PP y descolocarle el paso, se presentó con dinero y vacunas bajo el brazo, aunque sin aclarar -gato encerrado- el criterio de reparto. Puso sobre la mesa 10.500 millones de ayuda europea y se hizo el sordo a las reclamaciones de herramientas jurídicas para frenar la pandemia; ese asunto ya está borrado de su agenda. El plantón de Aragonès y el chantajito rutinario de Urkullu, que exigió pasar por taquilla para cobrar el privilegio de su asistencia, levantaron entre los demás barones regionales lógicas sospechas de desequilibrio o trato preferente en el prorrateo de la aportación financiera. Temen que también sea «multinivel», o sea, desigual, y que vascos y catalanes se lleven la mejor parte según el diseño en ciernes de un país de dos o más velocidades en el que las cuestiones mollares se decidan mediante poco transparentes negociaciones bilaterales con las comunidades de primera clase. Si algo ha demostrado el sanchismo es su tolerancia con el sabotaje y su escasa generosidad con las lealtades.
Con mucha conferencia, mucha retórica colaborativa y mucha creatividad lingüística -Ximo Puig habla ya de «polifonía»- , el presidente está desmontando el andamiaje deslavazado pero al fin y al cabo solidario de las autonomías para consolidar sus alianzas políticas con los nacionalistas. Se trata de volver con disimulo pero con tenacidad al punto de partida, al diseño discriminatorio, casi segregacionista, que rompió el referéndum de Andalucía. Esa deconstrucción solapada conduce a un esquema confederalista de baja intensidad cuya estructura jerárquica apunta al desmantelamiento de la nación igualitaria. La terminología de la cogobernanza y otros neologismos eufemísticos es una trampa. Ni ‘co’, ni ‘multi’, ni ‘poli’ ni nada: esos prefijos de apariencia inclusiva esconden una idea asimétrica de España.