MAITE PAGAZAURTUNDUA, EL CORREO 22/04/13
· Vale. Cerramos los ojos, pero reconocemos el gusto y es que cada día disimulan menos. Durante el tiempo anterior a su legalización, los cocineros de la vieja Batasuna hicieron como los cocineros archimodernos, hablando mucho y raro, y prometieron un suculento menú sin violencia en las nuevas cocinas de Bildu y de Amaiur, pero sobre todo, de cómo sería cuando se inaugurase el restaurante de Sortu. Contrataron algunos pinches de otros restaurantes más finos, para que les ayudasen a mostrar una nueva imagen corporativa. Hasta de algún restaurante de la competencia a la que habían pisoteado han obtenido algunos apoyos decisivos para la edificación y sostenimiento del nuevo poder y presupuestos.
La sociedad vasca necesitaba que el asesinato dejara de estar en su carta, por supuesto, pero no podemos, no debemos darles las gracias por haber dejado de matarnos, ni someternos a otros chantajes, dando por buena la subcultura que legitima a los asesinos voluntarios de hombres, mujeres y niños. Las palabras conflicto y preso político son utilizadas para tapar el gusto a la sangre, pero sólo desde la honestidad y asunción de la responsabilidad podrán tapar –y superar– el gusto y la mancha de la sangre. Vale. Cerramos los ojos, pero cada día se nota más la mano de los viejos cocineros, con sus viejas recetas de chantaje, cocinando cada actuación pública sobre el enaltecimiento del terrorismo para ver si esta vez cerramos los ojos y tragamos.
Siguen presionando –y es una táctica sucia– para que los seres humanos a los que voluntariamente y durante décadas han extorsionado, acosado, secuestrado, herido o asesinado y sus familias se conviertan en desecho de la historia y en desecho de la memoria colectiva, deshumanizándolos –deshumanizándonos a todos los ciudadanos, de rebote– por partida doble, como si no fuera suficientemente grave que cientos de asesinatos y miles de delitos sigan impunes, como si no fuera suficientemente grave la desvergüenza con la que banalizan el daño causado conscientemente.
Podemos preguntarnos si es cierto –o no lo es– que durante décadas el mundo de ETA, todo él, nos ha utilizado como instrumentos de largo alcance para sus objetivos. Si es cierto, no vale utilizar de nuevo a los críos de instituto para amparar a personas condenadas por delitos probados. No vale que ahora nos digan arrugando la nariz que ya nos vale, cuando les exigimos la condena y el reconocimiento del daño sin paliativos, ni mentiras.
El pulso es inevitable y la sociedad vasca y los gobiernos pueden obligarles a reconocer que ni es aplicable, ni es justificable su vieja carta.
MAITE PAGAZAURTUNDUA, EL CORREO 22/04/13