La oposición a la negociación socialista con ETA no se basaba únicamente en una razón democrática y moral, el rechazo a cualquier negociación con terroristas, sino también en una razón puramente técnica o estratégica: que se podía, se puede, derrotar a ETA a través de los instrumentos del Estado de Derecho, la policía y las leyes.
Cojonudo, ha dicho Antonio Basagoiti, es el adjetivo del Diccionario de la Real Academia Española que mejor valora las últimas operaciones policiales contra ETA. Con esa facilidad que tiene Basagoiti para plasmar la política con las palabras más directas, claras y sencillas, el suyo es un resumen perfecto de la percepción ciudadana sobre los últimos éxitos gubernamentales en la lucha contra ETA. Estupendo, magnífico, excelente, como dice la Real Academia sobre la palabra cojonudo.
Lo que nos lleva directamente a otra consideración. Y es que el análisis sobre ETA manejado por todos quienes se opusieron a la negociación socialista con la banda se ha revelado certero. Y es que esa oposición no se basaba únicamente en una razón democrática y moral, el rechazo a cualquier negociación con terroristas, sino también en una razón puramente técnica o estratégica. Que se podía, se puede, derrotar a ETA a través de los instrumentos del Estado de Derecho, la policía y las leyes. Que esa derrota estaba cerca cuando Zapatero cometió el inmenso error de iniciar una negociación, lo que sólo consiguió retrasar el final de ETA.
Cuando Rubalcaba hace exactamente lo contrario de lo que defendía en la pasada legislatura, ETA está contra las cuerdas y lo mismo ocurre con su aparato político-cultural. Tanto es así que ese aparato está haciendo intentos desesperados para organizar una plataforma que pueda ser legalizada para las próximas elecciones, pero sin repudiar los crímenes. Y, lo que debe mantener las alarmas encendidas, está volcada en conseguir una nueva negociación con el Gobierno como última vía para evitar un final de derrota.
Y no imagino a un político como Rubalcaba deseoso de caer nuevamente en esa tentación. Pero sí a su jefe, a Zapatero. Al fin y al cabo, jamás reconoció, ni siquiera en privado, que su negociación fuera un tremendo error.
Edurne Uriarte, ABC, 4/3/2010