Luis Ventoso-ABC

La inflación de cargos de Sánchez en nada mejora la vida de España

España, aunque a veces sus políticos logran que no lo parezca, es un importante país de gran solera. Por ejemplo, su política cultural exterior no nació ayer. En 1946 se abrió la sede en Londres del Instituto España, predecesor de lo que más tarde se llamaría el Cervantes. Ocupó un señorial edificio blanco en el barrio finolis de Belgravia, un inmueble propiedad del duque de Westminster, que el Estado español arrendó hasta una fecha que entonces parecía de ciencia ficción: 2045. Por sus salones desfilaron muchas de las figuras de las letras españolas del siglo XX, de todo talante e ideología. El gran poeta Luis Cernuda incluso llegó a vivir allí un tiempo en sus apurados días de exilio. Pero

en 2016 la cultura española se vio forzada a abandonar aquella soberbia sede, un pedazo de nuestra historia. La orden de vender el contrato de arrendamiento la había dado en 2013 quien de facto sigue siendo nuestro ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro (los presupuestos de España son todavía los suyos). El Cervantes dejó su linajudo edificio de Belgravia y acabó en un callejón en la otra punta de Londres. ¿Por qué ocurrió? Pues porque en 2012-2013 España estaba semiarruinada, al borde de la quiebra, y el ministro de Hacienda se vio forzado a ordenar vender inmuebles españoles por todo el mundo para hacer algo de caja. La sede histórica del Cervantes acabó en manos de un magnate ruso, que pagó 18 millones a España.

Hemos olvidado por completo que hace solo siete años este país era un paria económico, al que gurús como Krugman y Stiglitz, los Nobel progresistas, veían desahuciado y fuera del euro «en semanas». Pero España salió a flote, por el amargo sacrificio de sus ciudadanos, sometidos a lo que en realidad fue una devaluación, y por la cordura económica de un Gobierno que tomó numerosas medidas de ahorro de todo tipo. Una de ellas fue racionalizar la Administración, reduciendo ministerios, asesores, altos cargos y cuchipandas de esas que ahora llamamos con cursilería «eventos». Los ministerios se redujeron a 13. Ahora han subido a 22. ¿Hemos mejorado? Al revés, el pulso reformista ha desaparecido. Solo hay apremio para la ingeniería social y el adoctrinamiento ideológico. La coalición de Pedro y Pablo, la necesidad de «meter a los nuestros», ha inflado el número de fontaneros y cargos (un 40% más según revela hoy ABC) y se han creado ministerios superfluos. Solo con lo que era el Ministerio de Educación y Cultura, Sánchez ha logrado inventarse cuatro: Ciencia e Innovación, Cultura y Deporte, Universidades y Educación y Formación Profesional. La situación es tan cantosa que tras trocear Ciencia y Universidades han tenido que crear un chiringuito de coordinación que enlace las carteras del ministro astronauta (Duque) y la del catedrático que levita en la luna (Castells). Un indicio de que nos gobiernan personas a las que nada importa nuestro dinero, o si la estructura de la Administración es eficaz o no. Con semejante tropa de altos cargos, asesores y asesores de los asesores va a haber colas en los mingitorios monclovitas…