Ignacio Camacho-ABC

Con h aspirada: jartura. Borbolla formula en habla andaluza la convicción de que al nacionalismo no se le aplaca nunca

De todos los presidentes de la Junta de Andalucía fue José Rodríguez de la Borbolla el que mejor y con más fe ejerció el espíritu vertebrador de la autonomía. Es decir, una política de equilibrio territorial y social de dentro hacia afuera, en la idea de que la cohesión de España se articula a través del ejercicio de la solidaridad interna. Por eso, como a tantos socialistas de su generación, entre ellos su íntimo enemigo Alfonso Guerra, le produce una perplejidad inquieta que su partido haya confiado la gobernabilidad de la nación a un soberanismo de deslealtad histórica manifiesta. «Los nacionalistas no tienen hartura», le ha dicho en ABC a Toni R. Vega; semántica popular andaluza para expresar su convicción

de que la pulsión particularista nunca se da por satisfecha. También dice que se sintió engañado por el desenlace de la investidura tras una campaña electoral desarrollada en dirección opuesta. Son palabras de un hombre que tiene en su despacho una foto, en respetable tamaño, del viejo Pablo Iglesias.

Pronúnciese con h aspirada: jartura. La que no tienen ellos, los soberanistas devenidos en sediciosos convictos, y la que nos producen a los demás con su matraca supremacista, sus mitos y su insaciable apelación a la queja y al victimismo. Jartura que rima con ruptura, el verdadero horizonte de un desafío que niega la legitimidad constitucional como base del orden político y somete la convivencia entre los españoles a la tensión de un endémico conflicto. A los que carecen de jartura se les llama jartibles (pesados, cansinos; no está en el DRAE pero sí en el Diccionario de Manuel Seco) porque acaban por producir hartazgo, como le sucede a la mayoría de los españoles ante el crónico chantaje identitario. A casi todos menos al presidente Sánchez, que ha alquilado el cargo a los autores de un intento de golpe contra el Estado y se dispone a modificar la ley para cumplir su oculta promesa de excarcelarlos. Una aventura que acabará mal porque legitimar la insurrección equivale a conceder dispensa para la siguiente revuelta, porque nunca van a bastar los privilegios que conceda a quienes ya no tienen en el corazón ni en la cabeza otro objetivo que el de la independencia y porque el separatismo encontrará para cada supuesta solución (?) un nuevo problema.

Cita Borbolla a Salvatore Satta, jurista y escritor italiano del siglo pasado, para subrayar con una elegante elipsis intelectual la crisis del liderazgo contemporáneo. Livianos dirigentes narcisistas que en su adanismo iluminado ignoran las limitaciones de su falta de altura (que no de hartura) y de su mediocre rango. Barrunta el expresidente, aunque no lo diga, que vivimos tiempos amargos, la versión en farsa de la Historia según la tesis del 18 Brumario. Y que en estas épocas de inconsistencia los ambiciosos y los fanáticos resultan los menos permeables al cansancio.