Editorial El Mundo
TODO en la política catalana está por desgracia tiznado por el procés. Y, en la campaña para las elecciones municipales, los partidos independentistas volvieron a centrar machaconamente todo su discurso en su ensoñación rupturista. De ahí que fuera tan buena noticia que las formaciones secesionistas no llegaran ni al 40% de los votos en Barcelona, con un retroceso de casi dos puntos respecto a hace cuatro años. La preocupante paradoja, sin embargo, es que el independentismo puede hacerse con su botín más codiciado, la Alcaldía de la Ciudad Condal, por el disparatado tacticismo y la esquizofrenia política de la alcaldesa en funciones, Ada Colau. Aunque la militancia la ha avalado finalmente para que intente la reelección –algo que incomprensiblemente ella había dado por perdido en un principio mendigando un tripartito que le dejara como palafrenera de Ernest Maragall–, ella se niega a entablar negociación con el PSC. Los socialistas exigen como es lógico hablar de medidas concretas y plantean un gobierno de coalición que daría una mínima estabilidad a la ciudad, toda vez que Valls ha prometido el apoyo a la investidura de Colau como mal menor para ahuyentar a ERC.
Colau aspira de pronto a seguir siendo reina del Paralelo con los votos de Valls y del PSC gratis et amore. Lo cual no sólo resulta descabellado como estrategia política sino un insulto a la inteligencia. Cualquier mal pensado creería que se boicotea a sí misma con el objetivo último de remar a favor del líder de Esquerra, quien tiene a su alcance el bastón de mando como candidato más votado el 26-M por un puñado de votos. La cerrazón de Colau pone en cuestión el planteamiento de Valls de presentarla como mal menor frente a la posibilidad de que la alcaldía caiga en manos del independentismo. Porque lo que aún no hemos visto es que Colau se quiera despegar de la órbita secesionista, tras cuatro años haciéndole seguidismo con sus políticas y un sinfín de gestos contra la Corona y las instituciones del Estado.
Al ex primer ministro francés cabría aplaudirle el gesto de realpolitik si, como es deseable, los de Collboni logran arrancar a Colau un programa que no esté subordinado al procés, con medidas que contribuyan a la urgente normalización política. Pero hace falta un acuerdo con luz y taquígrafos, ya que hoy por hoy de la alcaldesa en funciones no cabe sino desconfiar con gran pesimismo. Basta recordar que a pesar de lo mucho que repite que no es independentista cuando tiene que pedir el voto, esta legislatura pasada no dudó en expulsar a los socialistas del equipo municipal por la entrada en vigor del 155, con la enorme irresponsabilidad que significó gobernar con sólo 11 de 41 concejales. Colau tiene que demostrar que su elección significaría algo distinto de la de ERC.