Colón III

 

Ignacio Camacho-ABC

  • El constitucionalismo tendrá que reaccionar contra cualquier pacto que orille al pueblo español como único sujeto soberano

Pues sí, habrá que volver a Colón. Y habrá que ir pensando en otras plazas de otras ciudades donde el constitucionalismo pueda salir a expresarse contra el plan de desvertebración nacional de Sánchez. Mejor sin partidos, que deberían ser conscientes de su desprestigio y permitir que la protesta fluya con la fuerza limpia de un movimiento cívico. Estas manifestaciones podrán o no, que es de temer que no, influir en las decisiones del Ejecutivo pero ya han conseguido que mucha gente pierda el miedo a la acusación de fascismo que la izquierda sectaria repite como un latiguillo. En todo caso, como dijo Trapiello, los supuestos fachas sólo repitieron lo que dijo hace bien poco el jefe del Gobierno. El único reproche que merecerían es el de haber sido unos ingenuos capaces de creer que la palabra de este hombre tiene algún crédito. Y aun así resulta oportuno que le recordasen su enésima mentira, la falta de respetabilidad moral y política que le genera ese perenne juego de embustes ventajistas. No le importará mucho pero al menos tendrá que ver su mendacidad reflejada en un espejo. Por si algún día sufre un improbable ataque de escrúpulos éticos y se pregunta por qué la gente le ha perdido el respeto.

La próxima marcha de Colón no será por los indultos, que están al caer, sino por lo que viene después en esa ‘mesa de diálogo’ donde se va a pactar un proyecto de centrifugación del Estado. Por la rebaja del tipo penal de la sedición que demolerá de hecho la sentencia del Supremo, obsequiará a Puigdemont con el permiso de regreso y convertirá en gratuito cualquier motín contra el ordenamiento jurídico. Por algún acuerdo que trate de alterar el modelo constitucional por métodos subrepticios. Quizás incluso por un referéndum presuntamente consultivo que otorgue aliento político a la reclamación esencial del independentismo. No van a faltar motivos porque la supervivencia del sanchismo y la duración de su mandato dependen de una negociación bilateral en la que el pueblo español sea orillado como único sujeto soberano. Y al menos una parte de él, la que no esté dispuesta a transigir, tendrá que volver a hacer uso de sus libertades y hacerse oír en la calle para defender una nación de ciudadanos iguales.

Habrá otra parte que trague, y Sánchez lo sabe. En el fondo, toda la campaña argumental desplegada por Moncloa responde a una idea implícita, sobrentendida, aunque demasiado zafia, demasiado prosaica para ser dicha: que la única forma de que la izquierda siga en el poder consiste en aceptar el chantaje separatista. Todo lo demás, la concordia, el reencuentro, etcétera, es farfolla propagandística. Y ante esa realidad tan pedestre, ante ese planteamiento tan crudo, se hará necesario levantar un muro de dignidad democrática que exigirá más pronunciamientos públicos. Eso o permitir que el sistema del 78 caiga en el definitivo sueño de los justos.