Feijóo necesita más ruido por su derecha. Descartada por imposible y boba la vía borjiana -de Semper– de roces amables con PNV y hasta con Junts, toca reforzar el guion para aterrizar con bien en la fatídica fecha del 26. Ya ha transcurrido más de la mitad del plazo fijado por la presidenta del Congreso para la investidura. Casi tres semanas en las que Feijóo ha mantenido encuentros anodinos con Pedro Sánchez, Santiago Abascal, Fernando Clavijo y Javier Esparza. Ha concedido alguna entrevista, quizás haya ha comparecido en algún foro partidista y no mucho más. Una agenda tan discreta y prudente como la rutina de una monja, que ha dejado tanta huella en la opinión pública como el último filme de Almodóvar.
Y es ahora cuando irrumpe Aznar, como Mitch en Con él llegó el escándalo, para agitar el tufo de adormidera que el Ejecutivo ha esparcido en torno a su más arriesgado desafío, el doble tirabuzón de la amnistía y el referéndum. Nada extraordinario dijo el expresidente del PP en su comparecencia en Faes, nada muy distinto a lo que González y Guerra están pregonando estos días. «Existe un riesgo para la continuidad de España como nación», «el Gobierno pretende desmantelar la Constitución con la voladura de la base de su legalidad» y, ahí duele, convocó a una ‘movilización nacional’ al estilo de la surgida bajo el ‘espíritu de Ermua’ contra ETA.
«Hay que decir de nuevo ¡basta ya!», clamaba con esa épica encendida de los momentos decisivos, convencido de que es preciso sacudirse el espantajo del muermo y plantarle cara al estropicio
El cimbronazo aznarí retumbó como una explosión de gloria en la factoría de ficción de Moncloa, donde, en esos momentos, se celebraba el Consejo de Ministros de los martes. Hasta entonces, todo eran malas noticias para el Gabinete. La rebaja de condena de uno de los miembros de la Manada, merced a la ley de Irene Montero aplaudida, impulsada y promovida por Sánchez; la escalada estratosférica del precio de los alimentos en un IPC casi austral; el portazo del TC al recurso para el recuento de votos en Madrid… Cuando de repente, albricias, Aznar asoma por el bastidor derecho de la escena, con su espada flamígera y su verbo tonante, y se hace un hueco entre los bastidores de la polémica. «Hay que decir de nuevo ¡basta ya!», clamaba con esa épica encendida de los momentos decisivos, convencido de que es preciso sacudirse el espantajo del muermo y plantarle cara al estropicio antes de que el sanchismo consume su traición.
A la portavoz Isabel Rodríguez se le iluminó la cara cuando una periodista le inquirió por el combativo mensaje del expresidente. Es lo que esperaba, la pregunta deseada. Aznar es como el perro de Pávlov, consigue que la izquierda lance espumarajos por la boca en cuanto aparece por el foro. Esperanza Aguirre e Isabel Díaz Ayuso comparten la misma virtud. Con el ceño fruncido y ese soniquete de enorme cabreo provinciano, la portavoz de Sánchez se encaramó a la columna de la hipérbole y, casi a voz en grito, deslizó esa frasecita que le habían garabateado minutos antes alguno de sus escribas de vitriolo. Este tipo de declaraciones, dijo, «se parecen más a comportamientos antidemocráticos y golpistas» que «a los propios de un expresidente». Y remató la faena con un latiguillo muy eficaz: «lo próximo será un alzamiento».
La Manada pasó a un rincón ignoto, la decisión del TC quedó en anécdota y hasta las inocuas preguntas sobre las amnistía se perdieron en el tráfago de esta alerta antifascista
Ya estaba armado el cóctel del escándalo, la denuncia estridente, la ruidosa alarma de la aemet de la Moncloa. ‘Golpista’ y ‘alzamiento’ en el mismo mejunje hiperventilado, con la figurita de Aznar adobando el combinado. Una proclama inaceptable proferida desde la Moncloa, una demonización a priori de posibles movilizaciones venideras. La Manada pasó a un rincón ignoto, la decisión del TC quedó en anécdota y hasta las inocuas preguntas sobre las amnistía se perdieron en el tráfago de esta alerta antifascista que, raudamente, saltó a los titulares de todas las webs y, acto seguido, desbordó las cabeceras, espacios y escaletas de los medios del movimiento nacional.
Casi a la misma hora, la presidenta madrileña colaboraba en el empeño de sacudir la modorra de una sociedad que ha vuelto de las vacaciones como si aún siguiera en la tumbona: catatónica y embobada. Harto tiene, se dirá, con afrontar el particular espanto de los precios de la vuelta al cole y con llenar el depósito con el combustible a precio de aceite de oliva como para preocuparse del perturbado de Waterloo.
Una agenda potente
Posiblemente sin haberlo preparado, a Feijóo le salió redonda la mañana. Los truenos a coro de Aznar y Ayuso contra la amnistía sumados a sus propias palabras, templadas y algo átonas, sobre la Manada de Irene Montero, en una entrevista televisiva, parecían fruto de una inteligente estrategia. A Feijóo le quedan catorce días para presentarse en el examen que decidirá su futuro. En este tiempo, deberá alinear una agenda atractiva, con un despliegue de voces acompasadas, de intervenciones punzantes, una polifonía rotunda, que despierte interés, acapare la atención y arrincone el espeso cacareo de las currutacas oficialistas y los berridos desmadejados del enemigo. Las mociones promovidas desde ayuntamientos y gobiernos regionales son un excelente punto de partida.
Sabido es que ni será investido ni pisará la Moncloa. pero estas dos semanas van a ser decisivas para perfilar la imagen de un aspirante a presidente en el que, todavía, ni siquiera muchos de los suyos confían. Todo el mundo detesta a Sánchez, cierto, pero ahora se trata de que el líder del PP despierte interés, confianza, y seguridad, ya que no pasiones. Cuenta con catorce días. En apenas seis horas y con 85 escuetos diputados hubo alguien que expulsó a otro gallego de la Moncloa.