EL MUNDO 23/06/13
SALVADOR SOSTRES
· Mas ha decidido cambiar la pregunta a cambio de que le dejen hacer la consulta
La estrategia de Mas era tensar la cuerda al límite para conseguir la mejor oferta del Gobierno y, justo antes del abismo, ceder. El abismo se ha ido acercando sin que el presidente Rajoy, que ha sido muy criticado por sus silencios, ofreciera nada ni pareciera inmutarse. Los histéricos, de un lado, llegaban al funeral de España antes que el cadáver. Los ingenuos, del otro, celebraban la victoria de un partido que todavía no se había jugado.
Pero Rajoy sabía lo que hacía y Mas ha caído en su propia trampa. Urgido por los empresarios catalanes y por su propio vértigo, ha acabado proponiendo él mismo una salida al conflicto, lo que no es otra cosa que una manera encubierta de rendirse: ahora ha dicho a sus emisarios que le transmitan al presidente que, a cambio de poder celebrar la consulta, estaría dispuesto a cambiar la pregunta por otra que no sea tan claramente inconstitucional.
Sería un eufemismo que suponga en el fondo el fin del llamado proceso, pero que le permita salvar la cara ante sus eventuales electores: «¿Quiere usted que la Generalitat negocie con el Gobierno que Cataluña sea un Estado?». Ideal para que los catalanes nos sintamos campeones morales –que es lo que más nos gusta– sin haber tenido que romper la porcelana.
Justo ayer, La Vanguardia publicaba el tipo de encuesta que define este espíritu. A la apasionante pregunta de ¿Cree que el Gobierno tiene que hacer un gesto hacia Cataluña antes del 9 de noviembre?, un 80 % de los catalanes asiente decididamente. No me digan que no es extraordinario. ¿Un gesto? ¿Qué gesto? Si Mas pudiera, su pregunta sería: ¿Cómo están ustedes?.
Cumpliría así con su promesa de preguntar a los catalanes sobre su futuro político y, al modo convergente, pagar las deudas, que es pedirte a continuación otro préstamo por el doble del importe. Es poco probable que ERC se tragara semejante simulacro, y lo más probable es que Mas no pudiera contar con el apoyo de los republicanos.
Pero lo que algunos verían como un inconveniente podría resultar para Mas una ventaja, pues si acaba pactando la consulta con el Gobierno podría contar con el apoyo de los socialistas, de los comunistas y hasta de los populares, que serían al fin y al cabo aquéllos con los que habría cerrado el acuerdo.
Con ellos dispondría de una mayoría mucho más holgada que los 71 diputados raspados que suma con Esquerra, y podría tratar de recuperar la centralidad de la política catalana marginando a Junqueras, haciéndole pasar por un intransigente y un dogmático con el que nada se puede hablar.
El objetivo de Mas no es la independencia, sino ganar las próximas elecciones y mantenerse en el poder. Ésta ha sido siempre su única razón de ser. También cuando en 2006, con Zapatero, recortó el Estatut que el año anterior había salido del Parlament a cambio de que los socialistas le hicieran president si conseguía ser la lista más votada. Luego le engañaron, claro.
Tan convencido está Rajoy de que Mas no tiene escapatoria, que no sabe si aceptar esta evidente rendición y facilitarle la consulta; o bien dejar que se estrelle sin piedad contra su propio envite.
El Gobierno está dividido entre los ministros que le animan a pactar con Mas y los que le jalean para que no le dé ni agua. En cualquier caso, Rajoy no se ha cansado de repetir que con una pistola en el pecho no va a negociar y que hasta que Mas no retire su consulta no hay nada que hablar. Esto podría producirse cuando Mas convoque formalmente la consulta, después del 11 de septiembre, y el Constitucional la suspenda; o antes, si el presidente de la Generalitat tiene la certeza de que si cede le van a franquear su solicitada salida.
Los que dicen que el pueblo catalán no va a aceptar esta tomadura de pelo, que esperen a ver con qué docilidad las aguas vuelven a su cauce con un bello gesto de España –de esos que llegan al alma– o respondiendo «¡bieeen!», a los siniestros payasos.