El pasado viernes, el Ateneo de Madrid organizó una mesa redonda sobre la ley de amnistía en la que participamos como ponentes Cayetana Álvarez de Toledo, Fernando Savater y yo mismo. Creo interesante reproducir las palabras que pronuncié en tal ocasión:
“Sobre el tema que nos convoca esta mañana, la ley de amnistía, se ha dicho y escrito ya casi todo, sobre sus elementos jurídico-constitucionales, políticos y morales. Huelga, pues, repetir lo ya sabido, que es inconstitucional, que es una barbaridad y que es infame.
A mí la cuestión que me parece más interesante es la de los defectos de nuestra arquitectura institucional que han desembocado en este desaguisado. Es evidente que el hecho de que el gobierno de una nación supuestamente democrática se apoye en una mayoría parlamentaria formada por aquellos cuya aspiración confesada y contumaz es destruirla, constituye una anomalía, por no decir una aberración, a partir de la cual cualquier desastre es posible. La senda que ha conducido a la presente pesadilla debe ser analizada y comprendida, de lo contrario somos ciegos caminando sobre una cuerda floja.
Un primer punto es que nuestra democracia no es militante como, por ejemplo, la alemana. La Constitución de 1978 tolera la existencia de partidos políticos con plena e irrestricta capacidad de participación que albergan en su ideario y en sus programas el propósito explícito de acabar con la Ley de leyes que les ampara. Esta es una paradoja que, en ausencia de otros mecanismos de protección del orden jurídico y de la unidad nacional, se termina pagando, y pagando muy caro, como estamos viendo.
Un segundo aspecto es el carácter partitocrático de nuestro sistema constitucional e institucional, es decir, expuesto a la colonización de los órganos constitucionales, de los órganos reguladores, de las empresas públicas, de los medios de comunicación públicos y en buena medida de los privados y de componentes relevantes de la sociedad civil por los partidos políticos. Esta característica de nuestra vida pública deteriora considerablemente la separación de poderes, la idoneidad y la competencia de los designados para puestos relevantes del Estado y la honradez de las distintas administraciones.
Una descentralización política tan acusada en un país con poderosas fuerzas separatistas carentes del mínimo concepto de lealtad, como la amarga realidad nos ha demostrado, es simplemente suicida
Un tercer considerando es la ausencia, más o menos disimulada, de democracia interna en los partidos españoles. Todos son, en la práctica, estructuras piramidales, fuertemente centralizados, cesaristas, profesionalizados y rígidamente burocráticos. La cúpula, reducida en número de integrantes y marcadamente cooptada, confecciona las listas electorales cerradas y bloqueadas y nombra los cargos orgánicos. Este esquema de funcionamiento, combinado con circunscripciones electorales de centenares de miles o millones de votantes elimina la relación directa representante-representado y no favorece el nivel intelectual, cultural y ético de los miembros de las asambleas legislativas y de los cargos públicos en general.
Un cuarto problema radica en el poder desmesurado del jefe del Ejecutivo central, cuyo control de los otros dos poderes, el legislativo y el judicial, puede llegar a ser inquietante para la salud democrática del sistema. Cuando gobierna su partido, dado que los miembros de sus Grupos Parlamentarios en el Congreso, el Senado y el PE, los ha elegido él, tiende a tratarlos como empleados suyos y en cuanto al judicial, el método de cuotas para configurar el CGPJ y el TC pone en serio riesgo su independencia.
Y un quinto y último inconveniente es nuestro modelo territorial. Una descentralización política tan acusada en un país con poderosas fuerzas separatistas carentes del mínimo concepto de lealtad, como la amarga realidad nos ha demostrado, es simplemente suicida.
La Nación estará indefensa
Por tanto, la situación que estamos atravesando -y sufriendo- es una consecuencia de las deficiencias estructurales señaladas y mientras estas persistan, la Nación estará indefensa frente a sus enemigos internos, que suelen ser los más agresivos.
Obviamente, no voy a detallar las reformas constitucionales y legislativas que serían indispensables para corregir el conjunto de vías de agua que están hundiendo la nave del Estado porque haría esta intervención muy larga, además de haberlo hecho abundantemente en el pasado junto a otras voces mucho más autorizadas sin ningún éxito”
Los fracasos colectivos tienen causas estructurales o circunstanciales, inmediatas o remotas, deliberadas o imprevistas. La clarificación de las que a lo largo de las últimas cuatro décadas nos han arrastrado hasta la profunda crisis actual es condición necesaria para superarla.