Miquel Escudero-El Correo
Una reciente investigación hecha por centros universitarios refleja que la cuarta parte de las adolescentes catalanas está muy baja de ánimo. Entre las causas de este penar se cita la violencia sexual que, lejos de decrecer, va en aumento. Confluyen también el abuso de sustancias tóxicas, una situación socioeconómica frágil e insegura y el acoso que avergüenza y mortifica. Se menciona el abuso de las pantallas, yo matizaría ‘con las pantallas’: la vulnerabilidad ante las redes sociales al conceder un desmesurado valor a las opiniones ajenas y anónimas; el número de aceptaciones o rechazos recibidos produce una tristeza, una irritación y una desesperanza excesivas; no digamos si además se suma un vertido de insultos, vejaciones y estupideces que no merecen que perdamos un segundo en su lectura. ¿Por qué aceptar estas reglas de juego tóxicas y estúpidas?
La sociedad digital en la que ya estamos potencia de forma atroz este fenómeno de dependencia, el cual, no obstante, siempre ha estado presente en las vidas humanas. Por ejemplo, Tomás Moro, autor de la célebre narración ‘Utopía’, escribió en 1532 lo siguiente a Erasmo de Rotterdam: «Por lo que se refiere a esos individuos malvados que gruñen y muerden, no les hagas caso, y, tranquilo, sin ningún titubeo, continúa promoviendo el desarrollo intelectual y el avance de la virtud».
Estas líneas evidencian la absoluta seguridad de Moro en el propósito del trabajo que desarrollaba y compartía con su amigo: el de fomentar ‘lo mejor’, dirigido a la dignidad e igualdad de los seres humanos, sin distinción. Otra cosa es que se necesite una crítica razonable para mejorar todo lo que se haga.