Cuando a un extranjero se le explica qué sucede en España con la legislación sobre la lengua, o sobre la educación, suele reaccionar con incredulidad al ser muy difícil, casi imposible, encontrar parangón de casos semejantes en su país.
No hay en Francia ninguna autoridad de un departamento francés que trate a la lengua francesa como «impuesta» y que obstaculice su aprendizaje a través de una legislación «normalizadora» que la aparte de los planes de estudio.
Ni siquiera en un land alemán, por hablar de un país de origen federal, se le exige a nadie procedente del extranjero, y que llegue a Alemania como emigrante, el aprendizaje de un idioma regional para trabajar allí. A ninguna autoridad, por ejemplo en Múnich, se le ocurriría dar prioridad al aprendizaje del bávaro en contra del alemán.
También es muy difícil establecer analogías entre España y otros países respecto al extraordinario protagonismo que los partidos separatistas tienen en la política nacional y lo sobredimensionada que está su representación en las distintas asambleas, magistraturas e instituciones de las que forman parte.
Es más. Es algo muy difícil de hallar en otras sociedades políticas, por lo menos con esta beligerancia, que facciones abiertamente separatistas, programáticamente sediciosas (incluso con miembros presos y huidos por su acción sediciosa), tengan tan buena acogida institucional en virtud del «pluralismo» democrático. Que es como si un médico dejase prosperar un cáncer en virtud de la biodiversidad.
Si a ello le añadimos, para apuntalar definitivamente la singularidad española, que las opciones políticas autoproclamadas de izquierdas no dejan de actuar como tontos útiles del separatismo, mandando al averno de la «extrema derecha» a cualquiera que se mantenga en contra de ese nacionalismo faccioso, pues entonces no hay país extranjero en el que el separatismo ejerza una labor de zapa, de viejo topo, con esta comodidad y complacencia social.
[PSOE y Sumar cederán sus diputados a Junts y ERC para que tengan grupo propio en el Congreso]
Las frecuentes apariciones en prensa de Carles Puigdemont tras los resultados de las elecciones del 23-J buscan sin duda normalizar, ya sea queriendo o sin querer, su presencia en la vida pública española como si no fuera lo que es: un fugado de la justicia española.
Los indultos a los presos responsables del intento de golpe de Estado separatista del 2017, la despenalización del delito de sedición (eliminación del artículo 544 del Código Penal), la atenuación del delito de malversación y otros «favores» que el Gobierno de Sánchez ha hecho al separatismo catalanista invitan a pensar que se concederá la amnistía respecto a lo sucedido el 1 de octubre de 2017. A cambio, claro está, del apoyo parlamentario para la renovación del gobierno de Sánchez, aún sin ser la fuerza más votada.
Amnistía (de amnesia) que Sánchez quiere aplicar sobre la acción sediciosa del separatismo catalán a pesar de que este, a través de sus figuras actuales más representativas (Pere Aragonés, Miriam Nogueras), no deja de insistir en que, hablando del 1-O, lo volverán a hacer (ho tornarem a fer).
Y es que, repiten, Cataluña tiene «derecho a decidir». Algunos, incluso, entienden que hay que cumplir con el «mandato» dado por Cataluña en las urnas, dando por bueno el resultado del «referéndum» del 1 de octubre de 2017.
Haciendo oídos sordos a estas reiteradas amenazas (los planes separatistas se mantienen íntegros), PSOE y Sumar, con su Brunete mediática, persisten en la idea de «pasar página», atribuyendo la culpa de la pleamar separatista del 2017 al «españolismo» del PP de Mariano Rajoy.
Con «la izquierda» en el gobierno, presumen desde el PSOE y Sumar, el catalanismo siempre se sentará a negociar («hay que seducirles», decía Errejón), quedando sus efectos separatistas neutralizados ante la «cara amable» que representa un gobierno «de progreso», en contraste con las antipáticas y «catalanófobas» derechas nacionales, que no hacen nada más que encrespar y provocar al catalanismo. El españolismo es la falda corta como excusa para la violación.
El caso es que este limpiado de cara, este blanqueamiento del separatismo, realizado permanentemente por las izquierdas, es ya tradicional en España, y no por ello el separatismo dejó de avanzar, ganando posiciones hasta su consolidación institucional actual, tras más de cien años de acción sediciosa.
La adulación de las izquierdas nacionales al separatismo (para tratar de desplazar, en determinados momentos, a las derechas nacionales de un puesto hegemónico) ha sido la dinámica perversa que ha permitido que el separatismo, ahora, se haya colado en el cuerpo institucional español hasta dejarlo, con su labor de zapa, como un queso de gruyer.
Las izquierdas en España han ejercido este papel de tonto útil en favor del separatismo. Y esta complicidad, tan aquiescente como oportunista, la podemos encontrar en momentos decisivos de nuestra historia reciente. Por ejemplo, durante la Guerra Civil.
Así, en su libro Nuestra guerra, el general Enrique Líster, gallego y comunista, hace un retrato de Companys de lo más favorable («honrado, honesto, sincero») para terminar afirmando que al presidente de la Generalidad, amnistiado tras la llegada al gobierno del Frente Popular, le adornaban además una «gran valentía» y «un profundo patriotismo, que adoraba a Cataluña pero, que, al mismo tiempo, quería a España como el más puro castellano».
Esto manifestaba el general comunista sobre el principal responsable del golpe de Estado separatista del 6 de octubre de 1934.
Un juicio elogioso, el de Líster a Companys, que se producía en plena guerra, cuando existían en Cataluña facciones separatistas que buscaban una paz de espaldas al gobierno de Negrín. Como, finalmente, hizo el PNV en Santoña, rindiéndose a los fascistas italianos en agosto de 1937.
A Líster no le había temblado el pulso, sin embargo, cuando, al frente del V Regimiento, tuvo que liquidar a los anarquistas de Aragón. O cuando terminó, también en agosto del 37, con la «república libertaria» allí constituida. O sea, Líster adulaba a Companys, que había declarado el Estat catalá, a la vez que denigraba y combatía el Estado anarquista («dictadura de la FAI», le llamaba). En un momento, además, en el que parte del separatismo (catalanistas y nacionalistas vascos) estaba traicionando al gobierno de Negrín al que el propio Líster se debía.
Negrín, por su parte, más honesto y digno, poniendo pie en pared, no dejó de manifestar su hartazgo (así se lo confesó a Azaña), ante las constantes traiciones de Companys y del lehendakari Aguirre. No ya sólo al gobierno, sino a España. «Si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga a pedir dinero y más dinero», dijo Negrín hablando de Companys y Aguirre.
La rara avis en la izquierda nacional es el comportamiento de Negrín y no el de Líster. Mutatis mutandis, es muy previsible que el gobierno de Sánchez termine considerando a Puigdemont, responsable de la intentona golpista del 1 de octubre de 2017, con palabras de elogio semejantes a las que Líster dedicó a Companys. También lo pondrá al lado de ese «hombre de paz» (así lo quiso ver Rodríguez Zapatero) que ya es Otegi. Y sin descartar que se pueda convertir en el próximo lehendakari.
Aguirre, Puigdemont, Otegi, Companys. Todas ellas personalidades que han levantado la espada de la amenaza separatista sobre España y que enseguida, vía síndrome de Estocolmo, han merecido el homenaje, reconocimiento y elogio por parte de las izquierdas nacionales.
Y mientras tanto, así amparado, indultado y amnistiado por el izquierdismo nacional, el viejo topo separatista sigue horadando.