José Luis Zubizarreta-El Correo

  • El intercambio de apoyos y lealtades entre Yolanda y Pablo que hoy va a visibilizarse en Magariños abre un ciclo que podría ser tan efímero como el que se cierra

Hoy, Domingo de Ramos, coincidiendo con el día en que, según los evangelios, Jesús de Nazaret entró triunfante en Jerusalén a lomos de una borrica y fue proclamado por una ferviente multitud rey de Israel –«Hosanna al hijo de David»–, Yolanda Díaz se apresta a entrar eufórica en Madrid para proclamarse, ante un nutrido y entusiasta grupo de partidos y ciudadanos, candidata a las elecciones generales en representación de cuantos decidan sumarse a Sumar. Quede ahí, de momento, la coincidencia, sin tirar, por ahora, del hilo de sus posibles consecuencias. Pero el peligro acecha.

Porque, para empezar, quienes hoy se agolpan en torno a Yolanda Díaz son los mismos que, no hace tanto tiempo, se conjuraron con idénticos fervor y lealtad alrededor de su entonces tutor, y ahora rival, Pablo Iglesias, exhibiendo un apoyo tan entusiasta como volátil y expuesto a impredecibles vaivenes. Y es que la falta de una organización compacta y la heterogeneidad de intereses que en ella se integran son la trampa en que hoy puede caer Pablo como Yolanda podría hacerlo mañana. Recuérdese que la misma multitud que el domingo gritaba hosanna a Jesús lo cambiaría el viernes por Barrabás, a las pocas horas de que uno de los suyos le hubiera ya traicionado. Basta una semana para cambiar la historia. Pero, a falta de un Shakespeare que sepa de puñales y dagas, mejor que de esto se ocupe el futuro. Hoy toca el presente.

Y, en el presente, se libra entre los ambos líderes una enconada lucha de poder. Nadie debería extrañarse. De poder va la política, Verdad es que, en este caso, la lucha se ha hecho más visible y encarnizada al librarse entre dos rivales que eran, hasta hace poco, compañeros y hoy se enfrentan por cuestión tan básica como asegurar cada uno su propia supervivencia. Pero, en política, al cobijo del poder, anidan también ideologías y estrategias, que libran sus propias batallas y que sería un error olvidar si de verdad se quiere llegar al fondo del asunto.

Hablando, pues, de ideologías y estrategias, aunque sean en parte comunes, las de los líderes hoy enfrentados difieren en algo tan relevante como su actitud básica de intransigencia, el uno, y conveniencia, la otra. Yolanda Díaz se concibe a sí misma como complemento de quien ostenta el poder, mientras que Pablo Iglesias se entiende como alternativa. Esta diferencia de principio se expresa luego en actitudes de colaboración y complicidad, la primera, y de enfrentamiento y tensión, el segundo. Se confrontan así institucionalidad y activismo. Y, si la institucional tiende a acomodarse en el poder para obtener de él el máximo beneficio y, llegado el caso, hasta a confluir orgánicamente con quien lo ostenta, el activista no hace ascos a la ruptura, sino que, más bien, la alienta a fin de derrocar y sustituir a quien lo ocupa. Nunca ha dejado Pablo Iglesias de soñar con el ‘sorpasso’.

En esta lucha concreta que se ha entablado, todo apunta a que la ganadora será Yolanda Días, al haber arrebatado a Iglesias la mayor parte de los apoyos con que éste contaba. Apenas queda una organización territorial de las que le sirvieron de apoyo que no se haya pasado a la nueva líder del mismo abigarrado movimiento. El pragmatismo y el compromiso han ganado la partida a la intransigencia y la radicalidad. Pero la partida no es la guerra. Y si Yolanda Díaz piensa que las elecciones municipales y autonómicas van a dejar desnudo al viejo líder, éste ya está preparado para continuar la lucha desde donde más le gusta y mejor se desenvuelve: la radical oposición frente a quien prevé como nuevo ganador de los próximos comicios generales. La derrota de una izquierda institucional y pragmática sería así el más eficaz acicate para renacer cual ave Fénix de sus cenizas. La de Iglesias es una guerra de largo alcance, que se libra con armas poco convencionales a la altura de su desparpajo.

Y, como bíblicos nos habíamos puesto al principio del artículo, resulta obligado decir que, por tentador que sea, sería precipitado evocar, como ya se ha hecho, la figura de Sansón, que, seducido por su predilecta Dalila, cayó en la emboscada que ésta le tendió y tuvo que derribar el templo para sucumbir bajo sus ruinas al grito de «a morir con los filisteos». Y es que, a día de hoy, ni sabemos quiénes son los nuevos filisteos ni, menos aún, podemos predecir si la astucia seductora de la nueva Dalila será capaz de triunfar sobre la arrogante fuerza de Sansón o sólo logrará una pírrica victoria en la que, como el mismo Pirro reconocería, había perdido más de lo ganado. Veremos.