DAVID GISTAU-EL MUNDO
Si la política española fuera una trama de ficción, cualquier lector debería hacer un esfuerzo para no extraviarse en los giros argumentales. Estamos a punto de asistir a uno monumental. El gatillazo parlamentario del pasado jueves no sólo representó el…
…estrepitoso fracaso de una negociación entre los que Rajoy llamaba «amateurs de la política». También señaló el agotamiento de una propuesta argumental con la que Pedro Sánchez ganó las elecciones e hizo vibrar un tiempo a su electorado con la posibilidad de combatir en la Ciudad Universitaria sin riesgo de muerte y alterar, de forma ucrónica, el resultado de la Guerra Civil. Hasta corresponsales sajones llegaron a Madrid, a los que interesó averiguar si el hotel Florida seguía abierto, para cubrir desde allí la inminente captura de Franco.
Después de lo de la plaza de Colón, es decir, del advenimiento africanista de los «trifachitos», Sánchez comprendió que era el momento de convocar elecciones, convirtiéndolas nada menos que en un «¡No pasarán!» actualizado, donde Podemos –«socio prioritario»– era un compañero de trinchera en la ardua lucha contra el fascismo, que esta vez no iba a verse abocada a derrota y burlas como las del cuplé de Celia Gámez: «Ya hemos pasao».
Esta trama debería haber fluido hasta el glorioso final del Gobierno de coalición, emancipados por fin todos los españoles de un cautiverio del fascismo que, aunque ellos lo ignoraran, no terminó con la Transición, tan sólo mutó su apariencia. Creo que, a estas horas del domingo, no les hago spoiler si les digo que lo del Gobierno-Tabla Redonda salvífica de las izquierdas no terminó de cuajar. Lo cual provocó el siguiente giro argumental.
Inmediatamente después de vaciar el parlamento el pasado jueves, y sobre todo durante la rueda de prensa de Carmen Calvo el viernes, fue posible apreciar que lo siguiente consistirá en desplazar hasta Pablo Casado la «tensión» acerca de una abstención patriótica que a Rivera le hicieron hasta los restos socialdemócratas de su propio partido.
Para ello, ya ha comenzado a decirse que lo desea el Ibex, como si ésta fuera la única autoridad religiosa que aún queda en pie. La parte buena es que los militantes y votantes del PP pueden relajarse porque, durante este veraneo, como hay que atraerlos, van a dejar de ser oficialmente unos fascistas tremendos. Los editorialistas orgánicos podrán desahogarse con Vox, pero a los del PP ni tocármelos, pues a partir de ahora, rescatados de la terna maléfica de Colón, procederán a ser hermanos constitucionalistas, cuyo instinto patriótico no les deja otra opción que hacer presidente a Sánchez.
En esta nueva era de coqueteo con el PP que ahora empezará, el PSOE estará dispuesto a hacer tantos esfuerzos conciliatorios que es posible que el ministro Marlaska autorice a algún gay votante popular a serlo y que la vicepresidenta Calvo admita que una vez conoció a una mujer de derechas que no era esclava voluntaria del heteropatriarcado nacionalcatólico.
La «presión» a Casado, sin embargo, se basará en dos premisas como mínimo discutibles. Primera: que la salvación de España requiere a la fuerza que Sánchez sea presidente. Eso puede pensarlo Sánchez pero, ¿por qué el PP, alternativa con sus propios criterios de gobierno? Segunda: Rivera fue presionado con el argumento de que debía evitar la formación de un Gobierno influido por independentistas y otros enemigos del 78. Pues bien, ese peligro dejó de existir el pasado jueves, se malogró a sí mismo. ¿De quién hay que salvar España ahora, si el PP ya no es fascista, si a Podemos lo ha incapacitado su amateurismo, si los indepes quedaron fuera del juego a la espera de una sentencia que los enajenará aún más? Presión, qué presión.
NO PASARÁN, ¿PERO QUIÉNES?
El fracaso de la investidura representa también el cierre en falso de una emocionante narrativa: aquella por la que Sánchez convocó a la izquierda, durante las elecciones, para luchar contra el fascismo, resucitado mediante conjuro en la ‘misa negra’ de Colón. El «¡No pasarán!» fue reorientado para frenar la ambición ejecutiva de Pablo Iglesias . JAVI MARTÍNEZ