Ignacio Varela-El Confidencial
Aquel bipartidismo al menos suministró gobiernos estables; este bibloquismo solo ha sabido producir parálisis y bloqueos. Sánchez farolea fingiendo que no le importaría ir a una segunda investidura
El 28 de abril, los españoles no elegimos entre cinco partidos, sino entre dos bloques, enfrentados entre sí y divididos dentro de sí. El gastado bipartidismo dio paso, tres años después, a un ‘bibloquismo’ confuso, cismático y sectario hasta la náusea. Aquel bipartidismo al menos suministró gobiernos estables; este bibloquismo solo ha sabido producir parálisis y bloqueos exasperantes.
Lo llamativo de esta polarización es que no viene de los extremos sino de los dos partidos centrales del sistema, el PSOE y Ciudadanos. Los socialistas aprovecharon la aparición de Vox para provocar una convulsión reactiva en el espacio progresista y ofrecerse como detente bala. Ciudadanos sobrestimó la debilidad del PP y se propuso transformarse en el partido dominante de la derecha (lo que exige, obviamente, hacerse integralmente de derechas y practicarlo con furia de converso).
El único contenido reconocible de la campaña de Rivera fue “votadme y os prometo que no pactaré con el PSOE”. Sánchez asentía complacido en la noche electoral cuando corifeos aleccionados gritaban “con Rivera, no”. Ambos están cumpliendo con el escenario que ellos mismos crearon. En este momento, Sánchez y Rivera son los principales agentes de la confrontación frentista en la política española. Los partidos centrales han destruido el espacio de la centralidad.
Un choque bipolar como este es garantía de desgobierno, salvo victoria contundente de uno de los bandos. Los dos bloques empataron a votos: poco más de 11 millones para cada uno. Sánchez será presidente únicamente porque esta vez la ley electoral jugó a su favor y porque dispone del comodín de los nacionalistas. Ello quizá permita pasar una investidura por los pelos, pero no ofrecer al país un Gobierno productivo para cuatro años. En España, mayoría de investidura no equivale a mayoría de gobierno.
La fórmula transversal es tan deseable como se quiera, pero subvierte los términos dicotómicos en que se planteó la competición electoral. Se propuso claramente al país una contienda de bloques, uno de ellos ganó y ahora sus responsables tienen la obligación de componer algo que se parezca a un Gobierno con los votos y escaños que recibieron. A algunos esta situación nos parece detestable y destructiva para el país, pero no podemos alegar que hubo engaño ni empeñarnos en pintar la realidad del color de nuestros deseos.
Si hay acuerdo PSOE-Podemos, habrá investidura en julio. Sánchez sigue vendiendo la ficción de que se puede gobernar en solitario con 123 diputados, pero Iglesias no parece disponible para seguir haciendo de mula de carga del PSOE durante cuatro años (por cierto, ni siquiera han tenido el pudor de aparentar que trabajan en un hipotético programa común).
Sánchez sigue vendiendo la ficción de que se puede gobernar en solitario, pero Iglesias no parece disponible para seguir haciendo de mula de carga
Lo que obstaculiza el acuerdo es una muy justificada desconfianza recíproca. Sánchez no puede fiarse de la lealtad de Iglesias y los suyos dentro del Gobierno. Los conoce y sabe que, antes o después, romperán la baraja. Y subsisten diferencias de fondo incompatibles con la cohesión de un Consejo de Ministros: Cataluña (¿qué sucederá cuando salga la sentencia del Tribunal Supremo y el ministro Iglesias la descalifique públicamente?, ¿cómo se aguanta la unidad de ese Gobierno si hay que aplicar de nuevo el 155?). La monarquía (¿cómo se gobierna con ministros que impugnan la jefatura del Estado y no reconocen a quien la encarna?). La economía (¿cómo se mantiene la disciplina dentro del Gobierno si las cosas se tuercen y Bruselas exige medidas que Podemos no puede admitir?).
Por su parte, Iglesias tiene motivos de sobra para no fiarse de Sánchez si carece de fuerza disuasoria para obligarle a compartir las decisiones y sus resultados. Lo hizo durante 10 meses y el socialista le vampirizó hasta casi desangrarlo.
Un Sánchez ensoberbecido ha hecho pública una oferta humillante para su presunto socio. Si Iglesias quiere reventar la investidura, pulsará inmediatamente el botón nuclear: la consulta a las bases. Una mínima dosis de orgullo colectivo pisoteado y la votación de rechazo estará asegurada. A veces, la técnica más eficaz es restringirse drásticamente el margen negociador con un mandato que te ate las manos (en cierto modo, es lo que también ha hecho Rivera). Si eso no sucede, será síntoma de que Iglesias está dispuesto a firmar cualquier cosa que le salve la cara.
Conviene, en todo caso, despejar algunos equívocos que se han generalizado:
a) “Un segundo intento de investidura depende de la voluntad de Sánchez”. FALSO. Si la investidura de julio falla, su candidatura decae. Que haya o no otro intento depende exclusivamente del jefe del Estado. El Rey no tiene por qué exponerse a que el Parlamento rechace de nuevo a su candidato; lo lógico es que solo formule una segunda propuesta si tiene garantías de éxito. En el otoño de 2016 lo hizo ‘in extremis’ porque el PSOE, a través de Javier Fernández, le aseguró la abstención para investir a Rajoy. En otro caso, habríamos ido directamente a elecciones.
b) “La abstención de Ciudadanos evitaría que el Gobierno de Sánchez dependa de Podemos y de los nacionalistas”. INEXACTO. Eso sería así si la abstención o el apoyo de Ciudadanos fuera acompañado de un acuerdo de legislatura o de gobierno con el PSOE con 180 diputados detrás. Pero el candidato en ningún momento ha ofrecido algo semejante. Lo que se demanda a Ciudadanos es que entregue su abstención para permitir que Sánchez gobierne con Podemos y con los nacionalistas.
c) “Es evidente que al PSOE le convendría repetir las elecciones”. DUDOSO. No solo porque la ira ciudadana puede recaer sobre cualquiera. También porque las circunstancias del otoño serán muy distintas a las de la primavera. Podría haber hasta 10 puntos más de abstención, lo que siempre ha provocado escalofríos en el PSOE. No se reproducirá el ‘momentum’ anti-Vox, especialmente si el PP sigue reabsorbiendo a los votantes que se fueron con Abascal. La derecha habrá aprendido del castigo de la fragmentación, y encontrará fórmulas para que sus votos sean productivos.
En cuanto al escenario poselectoral: Sánchez seguirá dependiendo de Podemos. Pero, después de la ruptura y de una campaña de recriminaciones mutuas, el clima entre ambos estará peor que nunca y el precio del pacto se habrá encarecido. Además, las elecciones se celebrarán tras conocerse la sentencia del Supremo. Si esta viene como se presagia, no se podrá contar con los independentistas para nada.
d) Es lo mismo ministros de Podemos que un Gobierno de coalición. CONFUSO. Es posible alcanzar un equilibrio que permita a Iglesias decir que ha triunfado porque hay personas de Podemos en el Gobierno (desde luego, no serían él ni Montero); y a Sánchez sostener que no hay Gobierno de coalición porque él, y solo él, ha designado a todos los miembros de su Gabinete, y solo ante él responderán. Atención a las 48 horas entre la primera y la segunda votación.
Sánchez farolea fingiendo que no le importaría ir a una segunda investidura o repetir las elecciones. Los riesgos son altísimos para todos, también para él. Mientras tanto, España sigue atrancada por esta generación de dirigentes narcisistas que aprendieron todo lo malo de sus mayores, pero olvidaron lo bueno. O quizá ni se fijaron.