Kepa Aulestia, EL CORREO 24/11/12
Una semana es suficiente para percatarse de que en Euskadi el diálogo es el lugar común bajo el que se oculta un juego amañado.
Toma uno. El pasado 12 de noviembre, en una entrevista concedida al periódico Ara, Arnaldo Otegi declaraba: «tenemos pendiente el diálogo con las víctimas», precisando a continuación que hay que «distinguir a las víctimas de determinadas élites que hablan en su nombre y que instrumentalizan su lógico dolor en beneficio de sus intereses».
Esta misma semana Pernando Barrena dio el paso al encontrarse en Barcelona con Rosa Lluch, hija de Ernest Lluch, y revelar la fórmula que se deducía del preámbulo de Otegi: «su padre no debió morir». «No debieron morir» es la frase mágica que permite a la izquierda abertzale deshacer su particular nudo gordiano para el reconocimiento de las víctimas, porque puede emplearse indistintamente para unificar a todas ellas sin mayor compromiso. «No debieron morir» permite exonerar a quienes les señalaron, a quienes les asesinaron y a quienes luego jalearon su terrible final porque su acción venía forzada por circunstancias ajenas a su voluntad. «No debieron morir» remite, finalmente, a la incapacidad del Estado y en general de los demás –incluidas las propias víctimas– para evitar su deceso.
El diálogo deseado por Otegi está marcado de antemano porque parte de la negativa a condenar esos asesinatos sugiriendo, además, un encuentro selectivo; porque solo las víctimas que se dispongan a dialogar con la izquierda abertzale con las cartas marcadas por ésta quedarán libres de la sospecha de haber sido instrumentalizadas. La izquierda abertzale también podría mostrar su aflicción con esta otra frase: «Aiete no llegó a tiempo para salvarles de la muerte».
Toma dos. El diálogo entre todas las demás fuerzas políticas y partícipes de la asamblea general de la caja de ahorros guipuzcoana ha impedido esta semana que EH Bildu se hiciera con el control de Kutxa sin que haya habido diálogo alguno con la izquierda abertzale al respecto. Se da por sobreentendido que la exclusión de EH Bildu por parte de quienes –léase el PNV– proclamaron la política de no exclusión tras las elecciones locales y forales de mayo de 2011 obedece en este caso a la necesidad de preservar el bien superior que representaría la creación de Kutxabank. El riesgo de que una Kutxa controlada por EH Bildu revirtiera la cesión de su negocio financiero a la nueva entidad bancaria sería motivo suficiente para unir fuerzas contra el Mal.
En este caso nadie parece haber propuesto dialogar con la izquierda abertzale para ver si se retractaba de sus propósitos iniciales respecto a la unificación bancaria de cajas, aunque fuese como tributo a la «normalización» del país. El sentido democrático que permitió que la izquierda abertzale se hiciera con la Hacienda guipuzcoana que antaño amparaba a las personas susceptibles de ser víctimas de la extorsión no alcanza a verla pilotando una entidad cuyos cajeros automáticos parecen fuera de peligro, según Jonathan Powell. Claro que EH Bildu acabó justificando su exclusión al arremeter contra «el modelo financiero de las derechas vasca y española», fingiendo desconcertarse porque lo apoyasen el PSE-EE y CC OO con los que no debió dialogar mucho.
Toma tres. El presidente del Athletic, Josu Urrutia, en un acto de indudable responsabilidad, dialogó con la UEFA para evitar que el equipo tuviera que volar a Israel el mismo día en que un atentado terrorista dirigido contra un autobús hería a veinte personas en Tel Aviv. Los jugadores debieron sentirse aliviados al eludir la doble gesta de realizar el viaje en pleno fragor entre bombas y cohetes con el más que incierto propósito de lograr la clasificación para la siguiente fase batiéndose con el Kiryat Shmona FC en la ciudad norteña de Haifa. Pero el episodio invitaba a recordar las innumerables veces que deportistas de otros lugares viajaron a Euskadi para disputar partidos de fútbol o competiciones de cualquier otra especialidad durante los peores años del terrorismo etarra sin que nadie recurriera a instancias internacionales para suspender un encuentro.
En este caso es de suponer que los expedicionarios no temían las incursiones israelíes sobre suelo palestino sino las réplicas de Hamas, por aire o por tierra, contra Israel. Un elocuente silencio ha acompañado al episodio, lleno de sobreentendidos, gracias a la inocencia que salva siempre al ‘once contra once’. Se ha hablado de «tiros» y de «conflicto», y por momentos parecía un relato de nuestra existencia pasada. Pero nadie ha osado calificar la naturaleza del riesgo que debía evitar el Athletic. Forma parte de las reservas mentales con las que se dialoga en este país nuestro, tan renuente a dialogar consigo mismo.
Toma cuatro. Tras su elección como presidenta del Parlamento, Bakartxo Tejeria abogó por el «diálogo y el acuerdo» la misma semana en que su partido disgustaba a EH Bildu por su «deslealtad» al excluirle del gobierno de Kutxa y al PSE-EE por seguir poniendo en entredicho la actuación económica del gobierno López en puertas del traspaso de poderes. Iñigo Urkullu se sorprendía ante el ‘rebote’ de los demás, quizá porque los jeltzales están acostumbrados a concebir el suyo como el único enfado legítimo. El diálogo en Euskadi se promueve sobre lo ajeno, más que sobre lo propio.
Lo mío es mío y lo tuyo es negociable. Los temas sensibles, en los que los principios cuentan, son siempre los propios; mientras que los asuntos comunes son susceptibles de cualquier apaño. Un alcalde puede invocar la arcadia de un amplio acuerdo en materia de pacificación al tiempo que trata a baquetazos a los concejales que osan objetarle algo. Un partido puede propugnar la superación del Estatuto y el desbordamiento de la Constitución y enrocarse en la naturaleza inmutable de la Ley de Territorios Históricos. Un consejero puede declararse insumiso frente a una imposición legal y ningunear a los interlocutores sociales de su área de responsabilidad. De modo que tener cintura –como esta misma semana recomendaba Egibar– no es necesariamente una virtud. Puede ser también el reflejo de una arbitrariedad para la que siempre se encuentran argumentos marcados.
Kepa Aulestia, EL CORREO 24/11/12