El Mundo 28/11/12
CUANTO antes se dé cuenta CiU de que su problema se llama Artur Mas, antes podrá ponerse a trabajar para intentar recuperar la centralidad política. Mas ha empujado a su partido a un rincón del escenario político y se ha convertido en el principal obstáculo para lograr acuerdos de gobierno. El líder de CiU ha identificado erróneamente que la prioridad en Cataluña es la independencia. Con ese programa convocó unas elecciones anticipadas y pidió una «mayoría excepcional» que los ciudadanos le han negado: lejos de ampliar su mayoría, ha perdido 12 escaños. Al margen de que un revés así le inhabilita moralmente para seguir, el nuevo mapa político le deja sin margen de maniobra.
Mas mantiene que la independencia sigue siendo lo primero que hay que resolver, algo comprensible desde su punto de vista, porque es la única forma que tiene de aferrarse al cargo después de su fracaso. Pero eso no es lo que más conviene a CiU. El planteamiento de Mas convierte a ERC en su único posible aliado, dado que ni PSC ni PP pueden respaldar a quien está dispuesto a saltarse la legalidad en pos de sus objetivos. Pero un pacto entre CiU y ERC daría todo el protagonismo a los republicanos, que podrían seguir engordando a costa de su socio, como de hecho ha ocurrido en las elecciones. Las condiciones impuestas por ERC para llegar a acuerdos suponen una enmienda a la totalidad a los principios ideológicos de CiU y a la propia política de ajustes de la Generalitat. Resulta inconcebible que un partido liberal, cristiano y europeísta, rinda todos esos principios en pos de su independencia, así como que sea capaz de supeditar la cruda realidad de 850.000 parados y el bienestar de los ciudadanos a un objetivo tan fantasioso e irrealizable.
Pero además, esa carrera tiene muy poco recorrido. Cataluña vive hoy enchufada al Estado, que le proporciona respiración asistida a través del Fondo de Liquidez Autonómica. Montoro ya anunció el lunes que, lógicamente, condicionará las ayudas a la Generalitat al cumplimiento de los objetivos de déficit. ¿Mantendría Mas su pulso por la quimérica independencia a costa de no poder pagar la nómina de médicos y maestros?
Pero Mas tiene otro problema no resuelto: el de la corrupción. La Fiscalía actuó ayer contra cargos del PSC que supuestamente cobraban un porcentaje de las contratas de obra pública. La operación ha abierto una crisis en el partido, al resultar implicados el número dos y dos alcaldes. Los Mossos d’Esquadra, que han pinchando decenas de telefónos en esta investigación, se presentaron ayer en la sede del PSC para citar a Daniel Fernández. En comisaría se le comunicó por escrito que estaba imputado, algo inaudito e irregular al tratarse de una persona aforada contra la que sólo puede proceder el Supremo. Esta fulminante actuación contra las filas de la oposición contrasta con la pasividad mostrada ante los abrumadores indicios de corrupción en el partido gobernante, con la negativa incluida de registrar el domicilio del tesorero de Convergència.
Mas se halla en un callejón sin salida. Su permanencia convierte a CiU en rehén de un partido radical y de izquierdas como ERC. Lo lógico sería que presentara su dimisión y que un nuevo líder con las manos libres permitiera a CiU estudiar otras alternativas de gobierno más realistas y, sobre todo, mejores para solucionar los auténticos problemas de los catalanes.