Luis Ventoso-ABC

  • Con lo que nos viene encima, Iglesias enreda con un fracaso de hace 80 años

El expresidente Rajoy se equivocó saltándose el confinamiento para su paseíllo atlético. Una actitud nada ejemplar, porque a todos nos apetecería un garbeo. No sobrarían sus disculpas. Pero en contra del criterio de la televisión sanchista, que ha convertido la marcheta de Mariano en el acabose de la crisis del coronavirus, los problemas son otros: 1.- La carencia de medios de protección, que junto a la falta de previsión del Gobierno explican nuestra anómala cifra de muertos. 2.- El inmisericorde bofetón económico que viene, incrementado por la decisión de haber decretado un cierre completo durante doce días al dictado de Podemos y los separatistas (tiro en el pie que el Gobierno, en eufemismo tontorrón, denominó «la hibernación»).

El frente sanitario

ya va mejorando. Pero ahora viene el dolor económico. Hoteles, bares y restaurantes han perdido la Semana Santa. La temporada estival, si llega a existir, será pobre y rara (¿a la playa con mascarilla?). Aena ha cerrado nueve aeropuertos y las aerolíneas preparan despidos nunca vistos. No se vende un coche y las fábricas han parado. El potente textil español ha tenido también que detener su producción, con la demanda cegada por el cierre de las tiendas. Muchos pequeños empresarios que arrancaron el año con animosas ampliaciones sopesan el cierre definitivo, porque la ola los ahoga. Los 450.000 ertes ya solicitados bloquean los servicios de empleo. Y ha llegado el pronóstico del FMI: España será uno de los tres países de la UE que peor se comporten, tras Italia y Grecia. El PIB caerá este año un -8%, lo nunca visto desde la Guerra Civil. El paro pasará del 14% al 20,8%. Eso se llamará descontento social, penurias, depresión y desesperanza.

¿Y en qué anda nuestro vicepresidente florero, Iglesias Turrión, mientras el coronavirus mata a unos quinientos españoles al día -que son más, pues se contabilizan mal- y mientras afrontamos un carajal económico nunca visto? Pues está ocupado en la exaltación sectaria de uno de los fracasos de la historia de España, la II República, régimen de hace 80 años que ni siquiera fue capaz de mantener su propia legalidad (en parte por el boicot revolucionario de los Iglesias Turrión de entonces y por la deslealtad separatista). Iglesias, que es vicepresidente del Gobierno de España, una monarquía parlamentaria, se desayunó ayer subiendo a su cuenta de Twitter una bandera republicana de aires épicos y telegrafiando mensajes en pro de ese régimen. Además, su habitual colleja al jefe del Estado, el Rey. Con todo lo que tenemos encima, nos vemos obligados a soportar a un frívolo que desde un importante cargo público arremete contra nuestros pilares constitucionales, que ocupa su agenda vacía intrigando contra los empresarios, que trata de aprovechar la crisis para estatalizar compañías privadas (es decir, ponerlas bajo la férula de Podemos y el PSOE). No hay nación de nuestra categoría donde se vea algo así. ¿Un «pacto de país» con Pedro y Pablo? ¿Para qué? ¿Para la república, las nacionalizaciones, la persecución de los empresarios y las ofrendas a Torra y Junqueras?