Miquel Escudero-El Imparcial
Hay quienes distinguen entre vida y existencia. De esta última, el psiquiatra Robert Neurberger dice que no es un fenómeno biológico, sino una construcción psicológica que hacemos a lo largo de la vida; lo explica en su libro Existir (Kairós).
El sentimiento de existir está en función de las relaciones que guardemos y de la idea de dignidad y respeto que desarrollemos de nosotros mismos, y que los demás nos manifiesten. Neurberger corre a referirse a la ‘depresión’, que debe ser vista más como un síntoma que como una enfermedad: “un síntoma que aparece cuando un acontecimiento ha perturbado la construcción del sentimiento de existir, desatando en estas personas una duda sobre su derecho a existir en este mundo”. Por esto, recetar antidepresivos al uso, de manera automática, no es óptimo. Para salir del vacío existencial y del sufrimiento psíquico hay que localizar en primer lugar las razones de tal estado y, desde ese conocimiento, recurrir a las terapias más adecuadas.
Robert Neurberger parte de que el deprimido puede ser cualquiera de nosotros. Según las circunstancias, todos podemos llegar a sentirnos deprimidos. Él habla de las personas deprimidas como de hermanos, y destaca tres errores en su atención y tratamiento. Son simplificaciones habituales que, al desenfocar las vivencias de cada persona, yerran en el modo más conveniente para tratarlas:
Querer conseguir que el paciente recupere un temperamento equilibrado, cuando debería expresar rabia por lo ocurrido.
Más grave aún es prescribir de forma automática un tratamiento enfocado al cuerpo del paciente cuando se trata de un problema existencial.
Y el tercero es la etiquetación inmediata de supuestas o dudosas enfermedades, algo que conduce con facilidad a apartar al paciente de los demás seres humanos, pues lo marca o estigmatiza.
La afición vulgar y desbocada por hablar en categorías generales tiene efectos demoledores: todos los hombres son, todas las mujeres son, todos los extranjeros son… Así, encerrados en tópicos y lugares comunes, se despersonaliza de forma estúpida y dañina. Neurberger aboga con tino por reencontrar una dignidad de pertenencia.
La familia es el primer grupo de pertenencia en el tiempo y el desarrollo personal de cada uno de sus miembros requiere el respeto y fomento de un ámbito de intimidad. Con el tiempo, claro está, se van superponiendo otras pertenencias, y cada individuo irá adoptando de forma natural e ineludible nuevas costumbres que no son las habituales en su familia de origen. Además de los grupos fraternales y de pareja, habría que hablar de los grupos ideológicos.
De estos últimos, Robert Neurberger alerta de que confieren al sentimiento de existir de sus allegados un vínculo con el cual abandonan una parte de su propia autonomía y de su libertad de pensamiento; por supuesto, de forma variable. A cambio, se pueden fundir (es la palabra adecuada) con un grupo “sostenido y estructurado por certezas”. En el caso de los grupos sectarios, “el sentimiento de existir surge de la renuncia a todo tipo de crítica y a cualquier otra pertenencia, incluso la familiar o la de pareja”.
¿Cuál es el grado de libertad que goza el individuo a lo largo de su existencia? ¿Cuánta intrusión está dispuesto a permitir en su vida, a costa de renunciar a su personalidad o a tener criterios propios? Son preguntas vitales para la salud mental de cada ser humano.
El objetivo a buscar, en todo caso, es la dignidad, e ir de ella a la salud. Hay que incrementar y liberar la capacidad de pensar para elegir y enfrentarse a las angustias que nos embarguen.
Quien se presenta como doctora Sam Akbar -una forma ciertamente ampulosa-, refiere en Estresiliente (Zenith) que el mayor error que ve cometer a la gente es intentar cambiar de vida sin aprender a gestionar sus pensamientos; una frase habitual para no decir aprender a pensar mejor y estar dispuestos a modificar las primeras evaluaciones que hagamos. Es evidente que no hay que cansarse de desactivar tópicos y activar la capacidad de percepción, ceñirse a los hechos y saber tomar perspectivas, ensayando aquí y ahora, con atención.
Tengo claro que el gran valor al que invocar es el de la idea de persona y que es decisivo tratar a todos los seres humanos como las personas que son. Y hacer de ello un hábito, tanto da que apenas haya oportunidad o que no se dejen o no nos dejen. La conciencia de ser persona es la que da dignidad al existir.