IGNACIO CAMACHO-ABC

  • No hay margen de neutralidad. La irrupción de ETA en campaña interpela la dimensión ética de la respuesta ciudadana

En 2019, a los españoles les dio más miedo la llamada ‘foto de Colón’ que la de aquel banquillo del Supremo donde se sentaron los líderes del separatismo catalán insurrecto. Y eligieron a Sánchez, si bien es cierto que había prometido por activa y pasiva que jamás pactaría con ellos. Entonces Bildu estaba fuera de la ecuación más suspicaz y el debate era sobre el acuerdo con Podemos porque muchos votantes ignoraban, pese a tratarse de un hecho público y divulgado en los medios, que Esquerra y los batasunos habían suscrito un acuerdo estratégico para actuar de forma coordinada en el Parlamento. Es decir, que las dos fuerzas iban en el mismo paquete y tenían el objetivo prioritario común de sacar de la cárcel a sus respectivos presos. Ocurrió lo que ya sabemos pero cada cual creyó lo que quiso creer y es tarde para lamentos. Ahora, sin embargo, está bien claro el juego y nadie puede alegar desconocimiento de la clase de partidos que el bloque sanchista lleva dentro.

Por tanto la incógnita de estas elecciones, y de las siguientes, consiste en saber si la irrupción de ETA en la campaña pesará más o menos que el cine gratis para los ‘jubilatas’, el Interrail de los jóvenes y demás dádivas subvencionales salidas de su maquinaria de propaganda. La cuestión interpela la conciencia colectiva del país, la dimensión ética de su respuesta soberana. En condiciones normales se trataría sólo de elegir alcaldes y gobernantes regionales, pero el presidente ha decidido echarse la responsabilidad del desenlace a la espalda y eso implica cargar también con las consecuencias de la infamia de las candidaturas vascas y su repercusión en la opinión pública del resto de España. En ese sentido su propuesta es clara: pretende contrarrestar con un aluvión de regalías el sentimiento de repugnancia que ha provocado –también entre muchos de sus partidarios– el desacomplejado exhibicionismo de los socios posetarras.

Esta descarnada apelación al desapego pancista se basa en la declaración del terrorismo como un asunto del pasado. Que lo es, al menos en su vertiente violenta –la política es otro cantar–, pero no más antiguo que Franco, Primo de Rivera, Queipo de Llano y otros fantasmas de la guerra de hace ochenta años que las leyes de ‘Memoria’ han desenterrado en un intento de resucitar el cainismo de bandos. Sólo que los caínes actuales están vivos y toman parte crucial en las decisiones de Estado mientras reivindican sus crímenes al presentarse como candidatos en los mismos pueblos donde asesinaron. Ese gesto define su estructura moral y la de quienes los tienen por aliados; falta por comprobar si se parece o no a la de la mayoría de los ciudadanos. Y sólo hay una manera de averiguarlo, que es contar su respaldo en las urnas del 28 de mayo. Porque en buena medida somos lo que votamos y no hay margen de indiferencia posible después de este escándalo.