ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Page, Lambán, Vara, Barbón o Puig nunca han pedido a los diputados socialistas votar en contra de una iniciativa pactada con Bildu

Ahora que algunos socialistas se llevan las manos a la cabeza ante la presencia de tantos terroristas en las listas electorales de Bildu y hasta en la Junta Electoral de Álava, donde ejercerá de árbitro Txema Matanzas, líder histórico de los presos etarras, conviene recordar que dicha coalición está dirigida por Arnaldo Otegi, condenado por secuestro y pertenencia a banda armada, quien jamás ha repudiado los delitos de la organización criminal en la que siempre ha militado. Tampoco ahora. Antes, al contrario, el mero hecho de escoger como candidatos a los más fieles sicarios del hacha y la serpiente constituye una reivindicación en toda regla de su historial sanguinario; una manifestación de orgullo por lo que hicieron y un reconocimiento explícito del alto rendimiento electoral alcanzado por esas acciones. Ya que contribuyeron con las pistolas al éxito del colectivo, que disfruten de lo conseguido en un puesto de concejal bien pagado con dinero público.

Bildu es y siempre ha sido el brazo político del terrorismo. Lo sabía Pedro Sánchez cuando, antes de ser elegido presidente, negó cualquier posible pacto con ellos, cuando negoció con sus representantes su abstención en la investidura, indispensable para sacarla adelante, y al amarrar su respaldo a las múltiples infamias que han venido después de su mano. Entre otras, la Ley de Memoria Democrática, redactada al dictado de esos matarifes decididos a reescribir cuarenta años de brutal ofensiva contra la libertad y la democracia, de sangre inocente derramada a tiros en la nuca, hasta presentarlos como un ‘conflicto’. Lo sabía Sánchez, lo sabían sus diputados y lo sabían también sus barones regionales, ninguno de los cuales ha pedido jamás a sus compañeros en el Congreso que votaran en contra de una iniciativa pactada con el grupo de los asesinos. ¿De qué se quejan entonces? Han estado abrazados a un monstruo, fingiendo desconocer su naturaleza, y ahora el monstruo saca las garras.

La primera de las desvergüenzas que caracteriza al sanchismo es sin duda su falta de escrúpulos para entenderse con un partido cuyas papeletas chorrean sangre, aunque no es la única. Ahí están, sin ir más lejos, la ley del ‘solo sí es sí’, merced a la cual más de mil violadores, pederastas y demás agresores sexuales se han visto beneficiados con rebajas de condena, o la eliminación de la sedición, encaminada a facilitar futuras intentonas a los golpistas catalanes indultados, o la rebaja de las penas por la malversación que cometieron. Page, Lambán, Fernández Vara, Barbón o Puig, que ahora tratan de desmarcarse de la herencia envenenada acumulada por su líder, respaldaron con su inacción esas infamias legislativas. Es tarde para lamentar lo que no intentaron evitar cuando tenía sentido hacerlo. Ante tales indecencias, la única actitud decente es levantar la voz y el voto. Quien no lo hace suscribe en su integridad el legado del sanchismo.