Kepa Aulestia-El Correo
La desescalada y la paulatina liberación de la gente de tan inesperada reclusión están realzando la tendencia de la política partidaria al ensimismamiento. Mientras los responsables públicos anuncian que nada será igual que antes de la pandemia, se esfuerzan en que nada cambie en el ejercicio de la política de siglas. Fue así también tras las crisis anteriores. Cuando en los años 80 la sociedad afloró segmentada en algo más que en clases. Cuando en 2008 la política no pudo y no quiso tomar las riendas de la Historia. Pero también tras el 11-S y el 11-M. Y se está viendo a qué ha dado lugar la crisis de representación denunciada desde las acampadas del 15-M. La política partidaria se reproduce a sí misma en el confinamiento. Y en el fondo los ciudadanos agradecemos que se muestre inmutable, previsible. No sea que a la salida de este túnel del Covid-19 nos veamos huérfanos de referencias partidarias, aunque sea por descarte.
La política continúa confinada cuando la desescalada ha llegado a la fase 3, y los ‘cogobernantes’ del estado de alarma -Sánchez y Urkullu- hace días que anunciaron que había pasado lo peor. La política permanece confinada desde el gobierno, mientras se relaja pensando que todo podía haber sido aun más terrible, y que la economía tocó fondo ya en abril. La certeza de que habrá vacaciones fuera de casa para quienes se las puedan permitir y se animen a ello y el propósito de iniciar presencialmente el próximo curso a principios de septiembre iluminan estos días. La política sigue confinada también en la oposición, advirtiendo de que a la vuelta de la esquina nos espera un otoño caliente y deficitario aunque no rebrote el coronavirus. Solo que las reclamaciones que asoman están tan atomizadas que tienden a contrarrestarse; y el acuerdo social sobre la continuidad de los ERTE hace de sordina para el descontento. Ante lo que la política gobernante no siente más obligaciones que dejar correr el tiempo.
Entretanto, el confinamiento consiste en gobernar e incluso gastar sin presupuestos, a la espera de lo que venga de Europa o de un incierto remiendo tributario. Mejor no preguntarse cuánto están costando la epidemia y sus efectos; o si habrá dinero para mantener el sistema sanitario, el educativo y las residencias tal cual estaban antes del 15 de marzo. El confinamiento consiste también en esperar desde la oposición a que el Gobierno se la pegue, sin preguntarse sobre la alternativa propia. Aunque una vez experimentado el Gobierno de la emergencia, es muy dudoso que a Sánchez le ocurra lo que a Churchill tras salir vencedor de la II Guerra Mundial. E imposible que le pase a Urkullu. Basta con que sigan confinados.